Cultura

La cobardía en el amor

LUIS M. MORALES
LUIS M. MORALES

Hay un obstáculo para emprender conquistas amorosas que los tímidos incorregibles nunca logran vencer: el miedo al rechazo, más intenso cuanto más profundo sea el enamoramiento. En teoría, el empuje de la juventud debería neutralizar ese miedo, pero la debilidad de carácter, la falta de autoestima, el fatalismo romántico auspiciado por la canción popular, que de tanto regodearse en el fracaso amoroso lo vuelve deseable, o un efecto combinado de los tres factores, paralizan a muchos jóvenes que nunca se atreven a decir “te amo”. Su empeño por salvar el orgullo de raspones y magulladuras los vuelve tan vulnerables, tan expuestos a desmoronarse ante un no, que prefieren caer en blandito, resignados al simulacro de vida que Ortega y Gasset llamaba “los pisos inferiores de nuestro destino”. ¿Cuántos hombres habrán cambiado una gloria incierta por una precavida infelicidad? Las cantinas están llenas de borrachines amargados cuyo ideal de vida fue amar a la defensiva.

Me refiero en particular a los varones porque el mundo amoroso todavía no ha cambiado tanto como para eximirlos de tomar la iniciativa en las lides de Venus. Si bien muchas mujeres emancipadas ya no esperan que un galán les lance los canes, y se adelantan a seducirlo con encomiable arrojo, la mayoría de las muchachas todavía exigen que el hombre dé el primer paso. Un exceso de cautela por parte del conquistador les inspira recelos, tal vez porque presagia un desempeño sexual timorato. Si ni siquiera me la canta derecha, piensan, cómo diablos llegará a mayores audacias. Infinidad de tragedias íntimas se podrían haber evitado si los jóvenes imitaran el sano valemadrismo de las personas maduras, que ya no temen los quebrantos del corazón, por haberse acostumbrado a recoger sus pedazos del suelo.

El enamorado cobarde no será nunca protagonista de una novela rosa, pero despierta la curiosidad de los narradores que desnudan los engranajes secretos de la conducta en busca de verdades incómodas. Descubrí hace poco a un explorador magistral de esas cobardías: el gran novelista italiano Giorgio Bassani, que en vida fue una celebridad, pero ahora está bastante olvidado, por lo menos en el mundo hispanohablante. En dos de sus novelas, Detrás de la puerta y El jardín de los Finzi-Contini (esta última llevada al cine por Vittorio de Sica), Bassani retrató con una rara mezcla de nostalgia y agudeza crítica la lucha interior de dos jóvenes inteligentes y sensibles, uno gay y el otro heterosexual, que aman en secreto a personas que podrían corresponderles, pero sucumben al maleficio de la inhibición patológica.

Ambas novelas forman parte de una tetralogía titulada La novela de Ferrara, ciudad donde Bassani, miembro de una familia judía, pasó la infancia y la juventud en pleno ascenso del fascismo. Un hallazgo genial de Bassani fue advertir que el miedo al rechazo amoroso en realidad encubre un riesgo mayor: el miedo a ser correspondido. Lo que temen los protagonistas de sus dos novelas es la desintegración de la personalidad que podría sobrevenir si rebasaran el estrecho cerco de su amor propio, exponiéndose a una pérdida parcial o total del albedrío. Ellos mismos forjan su camisa de fuerza, pero el régimen totalitario de Mussolini, que no sólo envenena la vida pública, sino la intimidad de los italianos, contribuye a cerrarles cualquier posibilidad de liberación.  

Cuando un hombre se calla lo que siente frente a la amada o el amado, sabe que su falta de valor puede costarle cara y sin embargo sucumbe a una fuerza incontrolable que parece brotar de su conciencia.  Si Bassani fue un lúcido teórico de la cobardía amorosa, Jung la conoció mejor aún por haberla estudiado en sus prácticas clínicas. En particular, su análisis de los complejos arroja una luz que explica ese nocivo enroque psicológico. “Todo el mundo sabe que uno tiene complejos —escribió—.

Lo que no se sabe, a pesar de su importancia, es que los complejos lo tienen a uno”. El complejo es una especie de personalidad paralela que arrincona a la verdadera, motivo por el cual Jung la comparaba con las posesiones diabólicas de la Edad Media.  

Prófugos de sí mismos, los modernos poseídos creen llevar con firmeza el timón de sus vidas. Evitan cedérselo a la persona amada, pero al reafirmar su autonomía obedecen sin saberlo al fantasma que los suplanta. Es él quien los inmoviliza cuando están a punto de obedecer impulsos liberadores en los momentos decisivos de la existencia. La mayoría de los acomplejados nunca cobran conciencia de serlo: eso les impide conocer al enemigo íntimo que les cerró las puertas del amor, la única experiencia que les podría revelar su verdadera naturaleza. En circunstancias extremas, el esclavo a quien su amo jamás dejó alzar la voz muere con la certeza de haberle sido fiel a sí mismo.


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Enrique Serna
  • Enrique Serna
  • Escritor. Estudió Letras Hispánicas en la UNAM. Ha publicado las novelas Señorita México, Uno soñaba que era rey, El seductor de la patria (Premio Mazatlán de Literatura), El vendedor de silencio y Lealtad al fantasma, entre otras. Publica su columna Con pelos y señales los viernes cada 15 días.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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