Cultura

El bufón de los tribunales

El tipo social del abogadillo transa, que defiende a criminales de altos vuelos a cambio de una tajada de sus negocios, aparece como personaje secundario en gran cantidad de thrillers, pero nadie había escudriñado a fondo los móviles de su conducta, ni los avatares existenciales que lo inclinan a corromperse. La semana pasada terminó la sexta y última temporada de Better call Saul, una serie de Netflix que llena ese vacío con una modulación excelente de la ironía. Su protagonista, Jimmy McGill, es un joven estafador que al principio de la serie se arrepiente de sus pillerías. Con el ánimo de sentar cabeza, Jimmy procura seguir los pasos de su hermano Chuck, uno de los abogados más eminentes de Nuevo México, pero al toparse con el rechazo frontal de sus colegas, incluyendo el de Chuck, decide jugarle chueco a quienes le han cerrado las puertas del prestigio social y se vuelve un temible bufón de los tribunales, que utiliza un gran repertorio de ardides y marrullerías para bañar de lodo a sus enemigos. Precuela de Breaking bad, Better call Saul desmiente el refrán de que nunca segundas partes fueron buenas, pues a mi juicio, la historia de Jimmy McGill supera a la primera serie en sutileza psicológica, belleza visual y arquitectura narrativa. Cuando la creatividad de los escritores se impone a la zafiedad de los mercadólogos, como en este caso, la calidad del espectáculo alcanza grandes alturas.

Desde los créditos, deliberadamente ramplones, con imágenes desvaídas y un tema musical cortado abruptamente, Vince Gilligan y Peter Gould, los guionistas y productores ejecutivos de la serie, disimulan sus ambiciones artísticas bajo el disfraz de un producto comercial deleznable, como antes lo habían hecho en Breaking bad. Su voto de humildad es una bofetada a los buscadores de prestigio que hacen justamente lo contrario: revestir la basura con los oropeles del séptimo arte. En ambas series hay una perfecta concordancia entre esos créditos andrajosos y la personalidad de los protagonistas, pues tanto Jimmy como el químico Walter White son antihéroes expulsados del mundo reglamentado y decente, perdedores que se quedaron atrás en la carrera de ratas por el poder y el dinero.

Better call Saul contrapone dos tipos de guerra sucia: la que libran los despachos de abogados al servicio de las grandes empresas y la del crimen organizado por burlar el orden jurídico. En la contienda del poder emergente contra el poder establecido, ningún abogado puede darse el lujo de jugar limpio, menos aún un pícaro como Jimmy. Por fortuna, la serie se limita a mostrar los lazos de parentesco entre ambas esferas de la vida pública, sin caer en la apología del crimen, como sucede, por ejemplo, en El guasón y Tigre blanco. La crítica de la farsa legaloide sólo desvanece la frontera entre los juristas mercenarios y los violadores descarados de la ley.

En esa atmósfera de ambigüedad moral sobresale un personaje cautivador: Kim Wexler, la amante de Jimmy, una talentosa abogada que en los mejores tramos de la serie logra inculcar al protagonista sus virtudes cívicas. Los valores éticos de Kim redimen de la ignominia a su novio trinquetero, ennoblecido por el amor de un hada madrina que gracias a él adquiere malicia y picardía para meter zancadillas en los juzgados. Por momentos, el mal ejemplo de Jimmy aparta a Kim del buen camino, pero ella nunca sucumbe del todo al vértigo de la ilegalidad. Esta influencia mutua es un gran acierto de la serie, pues al entregarse a la pareja, ambos personajes descubren facetas desconocidas de su propio carácter. No creo que el desenlace de la última temporada tenga fines moralizantes: más bien deja entrever que la separación de los amantes hunde a Jimmy en el cinismo y agudiza los remordimientos de Kim.

Los éxitos de Breaking bad y Better call Saul han suscitado ya imitaciones como Ozark, la historia de un corredor de bolsa convertido en operador financiero del narco. En las tres series, los cárteles mexicanos desplazan a la vieja mafia italiana, la encarnación del mal absoluto en el viejo cine de Hollywood. Según parece, la drástica disminución en las oportunidades de ascenso social que agobia a la sociedad estadunidense despierta cierto afán de emular a nuestros hampones, o por lo menos, de arrebatarles unas migajas de sus negocios. Ese contexto sociológico explica, tal vez, el gran éxito de las teleseries sobre clasemedieros gringos que renuncian a buscar el éxito por la vía legal, y se unen a las huestes de algún capo mexicano. En un país empobrecido y a la vez obsesionado por los signos de estatus, la tentación del dinero fácil coloca a los ambiciosos en un agudo dilema moral. Es una cruel paradoja que millones de mexicanos envidien el amercan way of life, y del otro lado, una buena cantidad de nuevos pobres codicien la riqueza que viene del sur.

Enrique Serna


Google news logo
Síguenos en
Enrique Serna
  • Enrique Serna
  • Escritor. Estudió Letras Hispánicas en la UNAM. Ha publicado las novelas Señorita México, Uno soñaba que era rey, El seductor de la patria (Premio Mazatlán de Literatura), El vendedor de silencio y Lealtad al fantasma, entre otras. Publica su columna Con pelos y señales los viernes cada 15 días.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.