Hay palabras que, al nombrarlas, ya parecen traer consigo un bostezo o una ceja levantada. Filosofía es una de ellas.
No es raro encontrar a alguien que, al oírla, imagine una sala polvorienta, con gente que discute cosas inútiles durante horas, o peor, que no llevan a ninguna parte.
Es fácil, incluso comprensible, pensar que la filosofía es un lujo sin utilidad, un juego de palabras sin consecuencias reales.
Pero quizás, como con muchas cosas importantes, el problema no está en lo que es, sino en cómo la percibimos.
Esta columna, a diferencia de otras que escribo, usará un lenguaje más directo.
No porque subestime al lector, sino porque creo que, cuando se trata de la filosofía, muchas veces la forma en que se la presenta aleja más de lo que acerca.
Y si hay algo que la filosofía necesita hoy más que nunca, es cercanía.
Pero; ¿qué es la filosofía? No es una pregunta fácil, pero tampoco es tan complicada como nos la han hecho parecer.
En términos simples, la filosofía es el intento humano de pensar con profundidad sobre lo que nos importa: la verdad, la justicia, la muerte, el amor, el tiempo, el sentido de la vida.
Es, en cierto modo, el arte de hacer buenas preguntas antes de correr a buscar respuestas.
Y sí, a veces eso parece inútil, pero solo porque vivimos en una época que valora más la velocidad que la comprensión.
¿Por qué no se entiende la filosofía? Tal vez porque no promete resultados rápidos.
No cura enfermedades ni tampoco construye puentes. Su trabajo es más lento, más invisible. Mientras otras disciplinas nos dan respuestas, la filosofía la mayor parte del tiempo nos da preguntas.
Es un arte incómodo, y lo incómodo, en un mundo que vive apurado, suele descartarse como irrelevante.
Pero lo cierto es que todos, en algún momento, filosofamos.
Cuando nos preguntamos si estamos viviendo como quisiéramos, cuando discutimos si algo es justo o no, cuando nos preguntamos qué sentido tiene todo esto: ahí estamos filosofando, tal vez sin saberlo, pero a fin de cuentas, filosofando.
La diferencia es que algunos lo hacen con herramientas, con lecturas, con rigor y otros lo hacen de forma más intuitiva.
Pero todos participamos de ese acto tan humano como respirar: pensar más allá de lo inmediato.
Quizá la filosofía no se entienda porque no se ve. Porque sus efectos no son evidentes ni cuantificables, pero están.
Una sociedad que piensa, que se hace preguntas, que no se conforma con lo que hay, es una sociedad más viva.
Y eso no lo da ninguna otra disciplina del mismo modo que la filosofía.
Así que no, la filosofía no es inútil, no es ajena, no es elitista por naturaleza.
Puede ser clara, puede ser cotidiana, puede ser nuestra. Solo hay que acercarse sin miedo, sin la sospecha de que es un mundo reservado para unos pocos.
Porque en el fondo, la filosofía no es más que la vieja costumbre de hablar con uno mismo… en voz alta.