En esta era de omnipotencia digital vivimos bombardeados de ideas anubarradas y constantemente somos atiborrados con propuestas de designios glaucos, vacíos y mundanos.
Podría parecer que es difícil encontrar el hilo negro con la respuesta al porqué de nuestra existencia en esta biblioteca inconmensurable, llena de doctrinas, dogmas y creencias, pero este hilo negro ha sido buscado por grandes filósofos, pensadores y simples mortales como nosotros desde que el uso de la razón permea nuestra cotidianidad.
No existe una fórmula para encontrar el sentido de nuestras vidas y una vez que creamos haberlo encontrado, posiblemente nuestra mente, subyugada por nuestros propios dogmas, simplemente haya jugado su papel en esta obra carente de un sentido intrínseco.
Aunque es probable que no haya un sentido explícito para la vida, mediante el razonamiento de Descartes:
“Dubito ergo cogito, cogito ergo sum” (Porque dudo pienso, porque pienso existo) podemos estar hasta cierto punto certeros de nuestra existencia, por lo que, aunque hayamos sido arrojados a nuestra existencia desprovistos de tangibilidad y respuestas, no nos queda más que simplemente ser.
Camus pensaba que solo se suicida aquel que quiere encontrarle un sentido a la vida, pero es incapaz de encontrarlo, por eso este mismo, en el mito de Sísifo propone abrazar el “absurdo” de la vida, aceptar que también es probable que la vida tal vez no tiene un sentido divino y la promesa de la eternidad puede ser lo equivalente a simplemente darle un ansiolítico a nuestro temor a la inexistencia, pero que en sí la vida pulula de experiencias y aprendizajes venustos.
Experimentar estos mismos le da un propósito a ceñir la duda como un método de razón, consecuentemente abdicando de una vida avasallada por el temor y obteniendo una aspiración así evitando el suicidio aun sabiendo a priori que no conocemos si existe un propósito para nuestra existencia.
Plasmado sobre mi cuerpo yace indeleblemente en tinta “Sapere Aude”, del proyecto de modernización de Kant, significando:
“Atrévete a saber”, constantemente recordándome que muchas veces le tenemos temor a la verdad y olvidamos que el valor epistémico de las cosas reposa debajo de la cobija del miedo.
Dijo el mismo Kant que “Si la verdad ha de matarlos, déjalos morir”, hay que encontrarle el valor a vivir enfrentándonos a la vida misma, sus obstáculos y sus verdades, transformándonos a nosotros mismos en caso de no poder transformar nuestra realidad y utilizando la duda como un método de razón, solo así es como estaremos un paso más cerca de tener un por qué y solo así podremos estar en paz con la ontología de nuestra existencia.