En lo electoral estamos dando un salto atrás de 30 años: enfrentamos nuevamente una elección de Estado, en la cual el Ejecutivo federal dispone sin límites de recursos humanos y dineros públicos para tratar de heredar a su corcholata el poder presidencial, lograr mayoría cuatrotera en el Congreso y en los demás cargos disputados.
Mientras tanto, las autoridades electorales exhiben su lastimosa impotencia.
De un lado, el comportamiento pedestre, desafiante y burlador de la Constitución y las leyes; del otro, unas autoridades suplicando al truhan mañanero.
Por eso, la tarea primordial de las organizaciones políticas y los partidos opositores debe ir a la conciencia de 20 o 30 millones de indiferentes, haciéndoles ver el precipicio al cual llevan a México estos primates.
Ahora bien, gane quien gane, no saldremos de la degradación y la barbarie mientras no se inculque en las nuevas generaciones el honor y el patriotismo heredado por los grandes de nuestra historia.
Va un ejemplo, dirigido principalmente a nuestra juventud:
En el Siglo XIX, a la caída de Querétaro en manos de los Insurgentes quedó prisionero el general Severo del Castillo, jefe del Estado Mayor de Maximiliano, y fue condenado a muerte.
Su custodia se encomendó al coronel Carlos Fuero. El reo, en vísperas de su ejecución, pidió al referido coronel le permitiera la visita de un sacerdote y un abogado para arreglar sus asuntos espirituales y materiales.
El coronel Fuero le respondió: mi general, no creo que sea necesario que vengan esos señores.
Al reprocharle el general Del Castillo su negativa, el coronel republicano Carlos Fuero le dijo: en efecto, mi general, no hay necesidad de mandarlos llamar, vaya personalmente a arreglar sus asuntos y yo me quedaré en su lugar hasta que usted regrese.
El general Del Castillo inquirió al joven coronel Fuero: ¿qué garantía tienes de que regresaré para enfrentarme al pelotón de fusilamiento?
Su palabra de honor, mi general, respondió Fuero.
Ya la tienes, contestó el condenado y abrazó al joven coronel, quien le dijo al encargado de guardia: el señor general Del Castillo va a su casa a resolver sus asuntos. Yo me quedaré en la celda como prisionero. Cuando él regrese, me manda usted a despertar.
A la mañana siguiente, el general Sóstenes Rocha corrió a la cárcel donde estaba Fuero para reclamarle y lo encontró durmiendo tranquilamente.
Ya volverá, le contestó Fuero, y si no lo hace, entonces me fusilas a mí.
En eso estaban cuando a la voz de ¿quién vive? se escuchó: ¡México y un prisionero de guerra!
Cumplió su palabra de honor el general y regresó para ser fusilado. Finalmente el reo no fue pasado por las armas, ni sancionado su custodio. Ambos, hijos del Colegio Militar, hicieron honor a la gloriosa institución. Ambos hicieron honor a su palabra.