Se requiere de una inconmensurable dosis de cinismo para atreverse a sentenciar desde su augusto palacio: “En mi gobierno, el único caso que ha existido de corrupción es el de Segalmex”; y lo dice teniendo pagado y silenciado en la Secretaría de Gobernación a Ignacio Ovalle, quien fuera director de esa empresa pública durante el saqueo por 20 mil millones de pesos; organismo establecido, ¡qué ironía!, para combatir la pobreza alimentaria y nutricional en México.
Si algo caracteriza a este gobierno es, precisamente, su desenfrenada corrupción, opacidad e ineptitud.
Sería interminable el interrogatorio al incorruptible e inmaculado Tartufo; sin embargo, le formulo solo ocho preguntas, por si su Graciosa Majestad tiene a bien responderlas:
1) ¿Usted fue o no corrupto al cancelar el aeropuerto de Texcoco, alegando corrupción sin haberla probado, ni llevado a nadie ante la justicia, pero indemnizando a los supuestos corruptos con más de 71 mil millones de pesos con cargo al erario y recontratándolos para otras obras?
2) Hacer Santa Lucía, Dos Bocas y el Tren Maya con total opacidad, “por ser (supuestamente) de seguridad nacional”, pero sin los dictámenes exigidos por la ley y con sobrecostos insultantes, ¿no son actos de corrupción?
3) Quitar recursos a la educación, la salud y otros rubros, para destinarlos a mantener pobres a los pobres y hacer de ellos leva electoral, ¿no es la expresión más miserable y criminal de su corrupción personal?
4) Contratar más de 80 por ciento de las obras públicas sin las licitaciones exigidas por la ley, ¿no es corrupción?
5) Sus ataques y bloqueos al Instituto de Transparencia (INAI), ¿no lo desnudan como gobernante corrupto?
6) Derrochar fondos públicos y usar el aparato del Estado como muletas para sostener a su escuálida corcholata y sus demás candidatos, ¿es “honestidad valiente” y “austeridad republicana”?
7) Violar su palabra endeudando al país por más de cinco veces el costo del Fobaproa, ¿tampoco es corrupción?
8) Su vómito diario, saturado de mentiras, insultos, idioteces, rijosidad y violaciones a la Constitución, ¿no es la expresión más pedestre de su corrupción personal y gubernamental?
Todo eso debiera ser suficiente para la estrepitosa derrota electoral del oficialismo; sin embargo, éste se sustenta en la ignorancia y pobreza de unos, la desidia y cobardía de otros, y el acomodo abusivo de otros más. A los líderes de los partidos de oposición debemos exigirles salir de sus pequeños cotos de poder y abrir los espacios de acción a la incontrastable fuerza social (principalmente de mujeres y jóvenes) para darle a México un destino mejor.
Xóchitl abrirá las puertas de Palacio para todos los mexicanos, y el Congreso será libre, si, y solo si, la llamada Sociedad Civil irrumpe sin dilación en la trinchera opositora.