Nuestro sistema electoral logró, una vez más, que se respetara el voto en 2018 y legitimó al gobierno. Tuvimos la ventaja de que ganó el que hacía berrinches cuando perdía, llegando a ridículos como enredarse en la bandera y autoproclamarse “Presidente legítimo de México”… El mundo se rio.
A dos años, apuntala su aceptación decreciente: injuriando a quienes disienten; con mentiras urbi et orbi; derramando cientos de miles de millones del erario sobre los más vulnerables para mantenerlos fieles y en la pobreza, y peleándose con sus fantasmas creados a modo.
Su talante primitivo y autoritario explica su obsesión por secuestrar y debilitar a las demás instituciones, indispensables en un Estado democrático de derecho. Controles, contrapesos, vigilancia, rendición de cuentas; no los acepta el monarca.
Su constante desprecio por la ley lo esconde con frasecitas que repite como loro; exige a reyes y papas que nos pidan perdón, y se escurre como pejelagarto enjabonado.
Lo más peligroso de su personalidad es que a sus odios y resentimientos se añade el que las manecillas de su reloj giran en sentido contrario a las de los demás relojes del mundo. Nos lleva al pasado. Dos ejemplos, de los muchos que hay:
1) Cuando otros países apuestan a la ciencia y la tecnología, a la competencia y competitividad, la decrepitud que desgobierna a México promueve, “patrióticamente”, que los campesinos regresen a los más extenuantes y mal pagados trabajos: el machete y la tarpala. ¡Con esas herramientas, en un día de trabajo, vería el susodicho cómo le quedaría el espinazo! ¿Por qué no emplea a tamemes que lo lleven en parihuela a su rancho? ¿Por qué no recorre el país a lomo de burro sembrando esperanza? Los burros aguantan.
2) Cuando el mundo va por las energías limpias y baratas, el fósil (14 años en la universidad) abraza al carbón y al combustóleo. Origen es destino: lo fósil busca lo fósil.
Sobre su rumbo al pasado hay mucho material, como también respecto del saqueo imparable de recursos públicos, y de las dos varas de su “justicia”. En un concurso de engaños y mentiras su gobierno se llevaría el Pinocho de Oro. Basta con recordar que quien ofreció mandar a la milicia de inmediato a sus cuarteles, ahora la trae de milusos, es “el pilar” de su T. de 4ª y la única burocracia confiable para él.
Pero los ciudadanos no debemos corresponder con odio, por despreciable que sea su proceder. Hay que lograr el cambio con él, sin él o contra él; no para regresar al pasado reciente ni a las catacumbas de las que él no sale. Apostemos a la ciencia, la tecnología, la competencia y la competitividad, a la educación humanista, a leyes e instituciones para el bien ser y el bien vivir, a un México de verdad.
El odio y la mentira forman un remolino que solo levanta basura.