Aún cuando sus síntomas son leves y produce menos hospitalización, ómicron está causando estragos en la economía de las familias.
Este impacto se da por el alto poder contagioso de la variante, que afecta principalmente a la clase trabajadora por su movilidad.
La cepa es un verdadero golpe a los bolsillos pues, de entrada, se deja de laborar por lo menos siete días para aislarse y tratar la enfermedad que es muy parecida a una gripe.
Hay empresas que brindan la posibilidad de trabajar desde casa si las condiciones de salud lo permiten, pero no todos los asalariados en México tienen esa facilidad.
La mayoría no tienen otra opción que meter incapacidad y ahí está el Permiso Covid 3.0 del IMSS que lo deja faltar una semana a su empleo, pero solo le pagará a partir del cuarto día y el 60% de su sueldo registrado ante el Instituto, así que su ingreso se verá bastante recortado.
Lo que nadie voltea a ver es la muy complicada situación que enfrentan aquellos que no cuentan con prestaciones laborales y padecen covid-19.
Y es que en el México de la 4T, también hay patrones que no afilian a su personal ante el Seguro Social y abusan de su necesidad económica. Para esos trabajadores no hay ingresos si faltan a su empleo porque enfermaron por ómicron y mucho menos acceso a servicios médicos.
Es parte del rostro desigual de la pandemia, que seguramente ha desembocado en muertes en las etapas más complejas de esta contingencia que ya casi cumple dos años.
Circunstancias similares sufren quienes basan su sustento familiar en la informalidad y que nadie apoya cuando por buscar llevar el pan a su hogar se contagian de covid-19.
Esas personas dedicadas al ambulantaje tampoco fueron respaldadas durante la época del “Quédate en casa” o cuando salieron a desafiar las variantes más agresivas del virus, porque si no, sus hijos no comían. Lamentablemente, no todos vivieron para contarlo.
El coronavirus sigue siendo una pesada carga para todos. Los pobres se han hecho más pobres y las familias se han privado de muchas cosas. _