Entre las celebraciones más significativas para el centenario de nuestra independencia nos encontramos la fundación de la Universidad Nacional de México que se llevó a cabo el 22 de septiembre de 1910 en la Escuela Nacional Preparatoria; su creación fue propuesta en 1881 por Justo Sierra con el propósito de organizar la educación superior bajo una institución de carácter nacional y distinto al de la Real y Pontificia Universidad de México.
A la ceremonia fueron invitadas como universidades “madrinas” la de París, California y Salamanca; acudieron además veintidós delegados en representación de universidades como la de Oxford, Ginebra, Harvard, Yale, Berlín, Cambridge, Columbia, Princeton y Stanford, y se les confirió el grado de Doctor Honoris Causa a 10 personalidades, entre las que estuvieron el rey de Italia, Víctor Manuel II; el descubridor del suero antidiftérico, Emilio Adolfo Behring; el descubridor del microbio del paludismo, Carlos Alfonso Laveran; el presidente y premio Nobel de la paz, Theodore Roosevelt, y el entonces Secretario de Hacienda y Crédito Público, José Yves Limantour.
En su carácter de Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, Justo Sierra pronunció el discurso de inauguración, donde marcó la diferencia con la universidad virreinal conservadora al afirmar que los fundadores de ésta decían “la verdad está definida, enseñadla”, y ahora dirían “la verdad se va definiendo, buscadla”, y, de igual forma, en otro par de afirmaciones contrastantes sobre el objetivo académico, “sois un grupo selecto encargado de imponer un ideal religioso y político resumido en estas palabras:
Dios y el Rey”, y en la universidad de ahora, “sois un grupo en perpetua selección dentro de la substancia popular y tenéis encomendada la realización de un ideal político y social que se resume así: democracia y libertad”.
Además, para evitar la formación de una casta de científicos alejadas de la función terrestre e indiferente a la realidad social y de almas sin patria dijo: “…. no, no será la Universidad una persona destinada a no separar los ojos del telescopio o del microscopio, aunque en torno de ella una nación se desorganice; no la sorprenderá la toma de Constantinopla discutiendo sobre la naturaleza de la luz del Tabor”.
Victor.Elizalde@iberotorreon.edu.mx