Este viernes comenzó el periodo oficial de la campaña con miras a la elección presidencial del próximo 2 de junio.
Cada aspirante tiene 90 días para desarrollar su trabajo proselitista, del 1 de marzo al 29 de mayo, y podrá gastar hasta 660.9 millones de pesos (el tope autorizado por el INE es de 660’978,723 pesos), algo así como 7.3 millones de pesos diarios en promedio.
Cualquiera creería que este tope ya lo habría rebasado alguna de las aspirantes que lleva casi dos años en precampaña y otra que no canta mal las rancheras, pues en menos de un año ha viajado más que vagón del Metro en el mismo tiempo.
Lo singular de esta campaña presidencial es que para este proceso electoral en específico parecería innecesaria ante la marcada y evidentísima polarización política que se ha venido afianzando en México desde cuando menos un año atrás.
Al día 1 de marzo, al primer día del periodo de campaña, todo México sabe o casi todo México sabe ya quiénes son las personas que aspiran a la silla presidencial, porque llevan meses o años en labores proselitistas por todo el país. Es decir, la campaña no servirá para que se conozca a quienes ya son ampliamente conocidas.
También, estas campañas servirán de muy poco para saber lo que propone cada una de las opciones a la presidencia, porque ya conocemos, ya hemos vivido las determinaciones que toma una de las contendientes y también ya sabemos lo que representan las otras opciones.
Estamos en una campaña presidencial en la que será imposible que los seguidores de uno de los bandos sean convencidos a cambiar de preferencia electoral: en este proceso electoral casi nadie cambiará de opinión pase lo que pase en la campaña.
Las encuestas serias reconocen que hay un porcentaje importante de ciudadanos que responde que no sabe o no quiere decir por quién va a votar; los antecedentes nos dicen que el grueso de ese segmento ya tiene una decisión, pero no la quiere externar en este tipo de ejercicios.
En estas elecciones poco importa lo que ofrezcan los aspirantes ya que en la práctica solo hay dos opciones: refrendar lo que hemos vivido en los últimos cinco años, o aspirar a una vida republicana.