La tensión entre Estados Unidos y Venezuela crece cada día, lenta, pero inexorablemente.
Desde la cumbre de Donald Trump y Vladimir Putin el 15 de agosto en la Base Conjunta Elmendorf-Richardson, en Anchorage, Alaska, en la que ambos gobiernos declararon que no hubo acuerdos, sabíamos que sí los hubo, pero no los harían públicos, que los iríamos viendo al paso de los días.
A raíz de ese encuentro “sin novedad” la súper potencia mundial no ha dudado en actuar de manera decisiva en conflictos internacionales vigentes a esa fecha, como el de Israel-Hamás en Gaza, pero también abrió nuevos frentes como el de Venezuela estando segura -eso se infiere- de que no iba a tener reacciones de relevancia de parte de los -¿ex?- aliados del dictador Nicolás Maduro.
A las semanas de ese encuentro se presionó a los bandos para firmar un acuerdo de paz para Medio Oriente que solo redujo los choques armados y reafirmó la hegemonía del gobierno que tiene el poder de actuar en cualquier territorio del mundo con la fuerza de su economía, de sus aranceles y de su capacidad bélica.
Aunque el fin de la guerra Rusia-Ucrania sigue en veremos, la postura de Trump está clara sobre a quién apoya de palabra y a quién con hechos, y solo es cuestión de tiempo para que lo platicado en privado en Alaska se concrete públicamente en Ucrania.
Apenas 17 días después del encuentro Trump-Putin, el 2 de septiembre las fuerzas armadas estadounidenses destruyeron el primer bote venezolano por, presuntamente, transportar drogas o precursores con destino final en la Unión Americana. A partir de esa fecha las maniobras militares de Estados Unidos frente a Venezuela han ido escalando ante la desesperación de Maduro, ahora también le aseguraron buques petroleros mientras allegados de Trump propagan la versión de una inminente declaratoria de guerra.
¿Por qué no han invadido Venezuela? Porque Trump no desea como primera opción una invasión, sino una rebelión interna que derroque a Maduro sin tener que disparar un solo tiro estadounidense en suelo venezolano. Esa presión social no solo la esperan en Venezuela, y esto lo saben, esto es lo que temen otros liderazgos muy bien vestidos del continente. Todo a su tiempo.