Antes que nada, un aviso: esta columna puede ser un “spoiler” si usted no ha visto la película Wicked por siempre.
En estos días fui a ver esta película buscando distraerme de los sinsabores cotidianos, pero me topé con que tiene subtrama político interesante.
Resulta que el Mago de Oz llegó al poder engañando a la gente, haciéndole creer al pueblo que tenía poderes para hacer muchas cosas, pero todo es pura falsedad, retórica y quien no cree en él, pues es amagado y presionado a irse. El Mago también cuenta con una muy bien armada estrategia de propaganda que le maneja su secretaria de prensa… ¿dónde, dónde hemos visto algo parecido?
En un momento de la trama, Elphaba –la bruja protagonista– le exige al embaucador que le confiese a la gente que no tiene poderes y que la ha estado engañando, pero el Mago le responde que nada lo que le diga a la muchedumbre la hará cambiar de parecer, porque la gente está feliz-feliz (la repetición es mía) viviendo engañada. Incluso reconoce que a esas mentiras se le llama “historia”.
En la historia central la bruja encara una desgastante lucha por hacer entrar en razón a otros personajes que giran en torno al Mago de Oz, pero no logra hacerlos abrir los ojos por más elementos que les explica, incluso algunos admiten que prefieren seguir viviendo en la ilusión, incluso invitan a la protagonista a que se sume al bando del farsante. ¿Esto nomás pasa en las películas, verdad?
Bueno, hasta los animalitos humanizados de la película huyen del reino explicando que se cansaron de pelear contra un régimen todo poderoso que primero los engañó y que después los criminalizó.
La película refiere que los regímenes ilegítimos necesitan crear enemigos públicos a los que culpen de todas las desgracias, reales o creadas desde el mismo poder para conseguir respaldo popular. Ya sabemos que esto es ficción y que esto no sucede en la vida real, ¿verdad?
Independientemente de aspectos técnicos, musicales o de la duración de la película, ojalá que cuando las personas acudan a ver este filme adviertan la fuerte y actual crítica social y política que plantea Wicked por siempre, porque no es una inocente película de fantasía.
