En la primera edición de Los rituales del caos, de Carlos Monsiváis, la portada exhibía a Gloria Trevi en un dibujo de El Fisgón. En siguiente edición el autor desaparece a la cantante de la portada y extirpa la crónica que le dedica a la intérprete que fue acusada de corrupción, rapto y violación junto con Sergio Andrade, por el que terminaron en cárcel. Su argumento: “no trato con quien me miente…para mi fue como si hubiese escrito sobre un fantasma. Un ser inexistente”. El escritor terminaba su texto así: “ A Gloria Trevi, en este movidísimo fin de siglo, la censura sólo le incrementa las ventas, una forma como otras de hacerle los mandados” (era 1994).
Monsiváis no vio el resurgir de la Trevi los últimos años. Ni que ella ahora contrademandó a Sergio Andrade por presunto abuso sexual e imposición intencional de angustia emocional. La misma que dijo pero nadie quiso escucharla: “Evidentemente yo no tengo ningún miembro viril”. O como escribió Sabina Berman en su libro, Gloria: “Casi nadie busca más fuentes que una sola. Aun la propia imaginación se vuelve una fuente autorizada… satanismo en el clan Trevi-Andrade… a nadie le parece relevante fijar la verdad”.
Trevi demanda en Estados Unidos, no en México, donde ya pagó una condena siendo inocente de delitos que se le imputaron (no es el caso de Sergio Andrade). Demanda a su antiguo productor, no a las mujeres que la demandaron a ella. Demanda tarde porque argumenta que no quiso dañar a sus hijos y familia. Demanda cuando ya está otra vez en el éxito —o mejor—, que al inicio de su carrera. Escribí sobre ella varias veces, cuando ingresó y salió de la cárcel, cuando salió el libro de Berman y luego su película. Su nombre, manchado o limpio, satanizado o endiosado, amado u odiado, va más allá de la realidad porque NO existe una historia así en la música, donde la mayoría termina en las drogas.
En la primera edición del libro, Monsiváis me lo dedicó con estas palabras: “A Braulio, por todo lo que es, por todo lo que se queja, por su generosidad, por su entrañable vociferación. Con el afecto”. Admito mi vociferación y por ello recuerdo lo que recuerdo en esta columna que les desea un 2024 de, al menos, un ocho, literalmente.