Voces y cantares que suenan día a día en la cafetería de la escuela, todo el mundo llega con prisa, hambre y desesperación, esperando comer algo para estar listo y satisfecho en la siguiente clase; aunque en ocasiones la espera es infinita y es mejor pedir la orden para llevar ya que una falta más sería definitiva en la calificación final. El pollo de las enchiladas está un poco reseco, el café se lleva las palmas y como postre un panecillo que acompaña mucho mejor.
Tras bambalinas todo un universo, entre las tablas de picar y las cacerolas los forjadores del sustento alimenticio se juegan el hígado, riñón y nervios por servir todos los platillos en tiempo y forma, entre quemaduras, cortadas y pellizcos a la comida, los cocineros son elogiados por el comensal con cada plato vacío o, al menos, reciben un simple ¡gracias!
Para la señora Lourdes, cocinera encargada de los desayunos, el día comienza con la llegada del proveedor del pan y las tortillas, sabe bien que su trabajo es preparar los totopos para los chilaquiles y las enchiladas, deja la puerta de servicio abierta y lista para que el gran camión, lleno de frutas y verduras, haga su arribo y abastezca de la materia prima como: tomates, jitomates, cebolla, chiles, ajos, sandía, melón, piña, lechuga y todo lo que se necesita en una cocina, ¡que no falte nada, porque si no a la mera hora nos llegan las prisas! Dice Doña Lulú al camionero, mientras este junto con sus chalanes descargan los guacales. En cuanto se van, Doña Lu, como le dice Martina, la chica de la caja saca las cosas de los empaques, o al menos las que puede cargar, ya que una pierna mala y un dolor persistente de espalda la aquejan desde hace años; al parecer su vida no ha sido fácil, su esposo murió en una revuelta sindical haya por los 70´s, dejándola con Martín y Susana, quienes ahora trabajaban en una gasolinera y una papelería respectivamente, mientras al menos su hija estudia a distancia una carrera técnica.
Y así como hoy, mañana será otro día relativamente igual, adolescentes entran, piden, pagan y se van, algunos comen ahí, otros se lo van comiendo; los platos van y vienen, los trastos se lavan y se vuelven a ensuciar, es un orden que se “desordena” al mismo tiempo, pero con cierta lógica y cadencia, y a doña Lu le agrada, sabe que es buena y no lo piensa dejar, tanto por necesidad como por gusto, ya que parte de su ingreso va destinado a sus hijos, su casa y en memoria de su marido.