Por mucho tiempo se ha intentado restar importancia a la lucha contra el cambio climático. Se ha dicho que es un problema distante, remoto, que no pone en riesgo la subsistencia ni el desarrollo de la humanidad. Se ha dicho que es un reto que podemos solventar con la ciencia y el desarrollo tecnológico, y que el crecimiento económico nos permitirá salir adelante. Se ha dicho que la degradación ambiental y la pérdida de la biodiversidad es una exageración, un mal necesario o sencillamente que no está sucediendo.
Lo cierto es que el cambio climático es una de las crisis más profundas de nuestra era. Con cada grado que aumenta la temperatura global incrementa exponencialmente el riesgo de enfrentar incendios, inundaciones, sequías, tormentas, hambruna y olas de calor, arriesgando la integridad y la vida de millones de personas en todo el mundo. Con cada tonelada de gases de efecto invernadero se acelera la extinción de miles de especies de plantas y animales, que hoy avanza de forma más rápida y expansiva que en ningún otro periodo en la historia de la humanidad. Con cada ecosistema perdido, nos acercamos peligrosamente a un planeta inhabitable y sin futuro.
Los estragos del cambio climático tienen profundas repercusiones en los derechos humanos. El deterioro de la naturaleza afecta gravemente los derechos a salud, alimentación, agua, propiedad, vivienda, libre desarrollo de la personalidad y la vida de millones de personas. Inevitablemente, los más afectados son las personas y comunidades más vulnerables, quienes no tienen voz ni recursos, incluyendo a mujeres, niños, niñas y adolescentes, pueblos y comunidades indígenas, personas de la diversidad sexual, migrantes, personas con discapacidad, entre otros.
Ninguna sociedad es inmune a esta amenaza. Por ello debemos actuar en todos los niveles y desde todas las trincheras para hacerle frente. Todavía tenemos una oportunidad, pero es una ventana estrecha que se cierra rápidamente. Aprovecharla depende de las decisiones que tomemos en esta década.
Como humanidad, está en nuestras manos cambiar el curso de esta historia. Está en nuestras manos reducir y mitigar la contaminación de los suelos, el aire y el agua, la emisión de gases de efecto invernadero, la deforestación, la sobreexplotación de los recursos naturales, entre muchas otras actividades que aceleran el deterioro de la naturaleza y la pérdida de la biodiversidad.
Está en nuestras manos informarnos sobre la gravedad del cambio climático, entender sus causas y repercusiones; comprender la forma en la que afecta a nuestras comunidades y a sus miembros más vulnerables, quienes muchas veces son los que menos contribuyen al problema.
Como garantes de los derechos humanos, a las juezas y jueces nos corresponde velar por la protección de la naturaleza y el derecho a un medio ambiente sano, con base en la mejor información científica disponible y con la participación efectiva de todas las partes implicadas.
Ante todo, nos corresponde escuchar a quienes llevan décadas luchando por esta causa: a las y los activistas, que ponen en riesgo su vida para defender a la naturaleza; a la comunidad científica, que nos alerta sobre la emergencia climática y sus implicaciones; a las personas indígenas, que defienden sus tierras de la explotación desmedida de los recursos naturales; a los migrantes, que deben abandonar sus hogares con motivo de las inundaciones, los incendios y las deforestaciones; a niñas, niños y jóvenes, que reclaman su derecho a un futuro con dignidad y con justicia, en el que sus sueños puedan hacerse realidad.
Como sociedad, está en nuestras manos compartir la urgencia de esta lucha, pero también infundir la confianza de que aún podemos ganarla. Las emisiones globales se pueden reducir, la contaminación se puede detener, la naturaleza se puede conservar, si nos decidimos a actuar con firmeza y unidad.
Es tiempo de reconocer que lo que está en juego no es menor. Es el planeta que habitamos. Son nuestros derechos más fundamentales. Son las libertades de las generaciones futuras. Es la posibilidad de construir un futuro más justo y más igualitario. Actuemos hoy.
Arturo Zaldívar