Ahora que la figura y carrera fílmica de Guillermo de Toro se ha vuelto tema de conversaciones privadas, reconocimientos públicos y medios de comunicación, me parece importante volver a revisar su obra para detectar cómo y con qué elementos desarrolló una sólida carrera de realizador cinematográfico que lo convirtió en ganador de importantes premios a mejor director. Después de disfrutar y conmoverme con La forma del agua, volví a ver una selección de filmes que me remitían a su más reciente filme. Empecé con Doña Lupe, una película de media hora que Del Toro escribió y dirigió en 1986. Me volvió a gustar por la anécdota de una viuda de un revolucionario que se ve forzada a enfrentar a un par de judiciales que utilizan su casa para el tráfico de marihuana. La ayuda que la mujer recibe del fantasma y la pistola de su esposo muerto, es un guiño mexicano que enriquece la película.
Doña Lupe muestra a un personaje aparentemente frágil que tiene que armarse de valor para defenderse del poder ejercido por los bancos y autoridades abusivas. Como precursora de personajes de Cronos (1993), El espinazo del diablo (2001), El laberinto del fauno (2006), y La forma del agua (20017), Doña Lupe utiliza las armas de su marido revolucionario mientras que la niña muda de Cronos sirve de guía para que el espectador reconozca el proceso de “vampirización” del protagonista como tragedia de negación del tiempo. También en El espinazo del diablo –que Del Toro había escrito como relato de la revolución mexicana- son niños los que tienen que pasar por un proceso de maduración y rebelión para poder liberarse de un asesino en plena guerra civil española. El laberinto del fauno muestra como polos opuestos al poder y la maldad del franquismo contra el dolor y la fuerza imaginaria de una niña que sufre al ver a su madre llevar en su vientre el engendro del poder maligno. En La forma del agua la lucha del personaje femenino frágil en contra del poder colonizador, machista y racista, se materializa en el amor y erotismo por un dios y anfibio sudamericano que EUA pretende utilizar como herramienta en la guerra fría y carrera por el espacio.
Las películas de Del Toro materializan peligros, angustias y objetos del deseo en fantasmas, criaturas y espacios fantásticos. Muestran la fragilidad humana a través de discapacidades como la mudez y las prótesis. Los espacios oscuros de viejas casonas, naves industriales, corredores y sótanos profundizan el tono de horror que caracteriza la mayoría de sus películas, que, por otro lado, también integran elementos del cuento de hadas y el melodrama. Basta con revisar los créditos de sus filmes para encontrar cómo insectos de toda clase, relojes, formas orgánicas y el agua crean universos alternos a los que nos introduce la voz grave de un narrador.
No olvidemos la carga cultural y el humor que caracterizan sus filmes. Viejos pergaminos, artefactos, libros, juguetes y comida son elementos narrativos que abren dimensiones imaginarias e invitan a reconocer pequeños y divertidos detalles de la vida cotidiana. El merengue que un narco deglute en Doña Lupe lleva a los dulces de El espinazo del diablo y los huevos cocidos de La forma del agua, con la que la protagonista seduce a la criatura. Como admirador del cine de Hitchcock - del que publicó un libro en 1990- Del Toro muestra, además, especial interés en la construcción del suspenso y un desenlace no convencional. Otras influencias importantes las encontramos en la historia del cine, los medios de comunicación y la música. Doña Lupe escucha una radionovela mientras que en la imagen se marca con letra roja indicaciones propias del comic. ¿Mejor Director? Desde luego, pero no sólo porque “dirige” bien, sino porque su obra hecha en México, España y EUA muestra a un creador y trabajador incansable, altamente estético y reflexivo.
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