No sé con exactitud cómo dio conmigo, pero recuerdo con absoluta claridad el día en que Rossy Ramírez, Productora en Jefe de la marca Telediario, me llamó para invitarme a cubrir las vacaciones de Luis Carlos Ortiz, el eterno compañero de la Licenciada María Julia Lafuente. Cuando me planteó la idea, guardé silencio unos segundos.
Quizá pensó que intentaba hacerme el interesante, pero la verdad es que mi mente se llenó de preguntas:
¿Me estará jugando una broma? ¿Se habrá equivocado de Ángel? ¿De verdad ningún conductor de Monterrey estaba disponible? “Sí, claro”, respondí cuando por fin recuperé la consciencia. Y al colgar, me sentía sencillamente "orondo".
Cuando llegué al imponente estudio del Canal 6 en Paricutín, iba nervioso, inseguro. Iba con La Licenciada.
Había escuchado sobre el rigor con el que dirigía su espacio y sobre el respeto con el que debía conducirme. No había margen para el error.
Después de un par de días corroboré ese rigor, porque para alcanzar una meta, invariablemente ese ingrediente debe estar en la receta.
Pero también descubrí otra faceta suya: la de una mujer que sabe dar confianza. Y lo único que yo tenía “en las bolsas” para pagarle era respeto irrestricto.
Licenciada, la realidad es que no sé mucho, solo lo que he visto en televisión: que tomará un tiempo para respirar.
Deseo, de corazón, que ese tiempo sea provechoso para usted y su familia.
Guardo un montón de recuerdos que atesoro celosamente y que hoy me atrevo a confesar porque me siento profundamente orgulloso de haber coincidido —aunque fuera un ratito— con usted.
Casi no me pongo la corbata azul camuflada que me regaló, por miedo a que le suceda algo.
En una repisa de mi oficina descansa intacta la escultura del águila.
Y cómo olvidar aquella comida que organizó generosamente para mí en ese restaurante de Garza Sada junto al staff de Telediario Mediodía.
Insisto: no tengo cómo pagarle. Mi única moneda es la gratitud y el respeto.
“Ángel, ¿es feliz?” —me preguntó la última vez que nos vimos— y sigo en lo mismo: no lo sé. Solo sé que hoy estoy en paz porque puedo dedicarle estas líneas.
Levántese a las ocho y media, o a las nueve. Viaje hacia donde la brújula apunte primero.
Siéntese a comer esa nieve en la calle y observe pasar a la gente. Viva la vida junto con su Daniel. Yo, pronto, espero volver a verla.
Cuarenta y ocho años de hacer lo que ama ¡Enhorabuena! No cualquiera.
angel.carrillo@multimedios.com