Mañana cumplo 35 años de periodista y podría decir muchas cosas, y podría celebrarme de muchas maneras, pero no.
Lo primero que quiero hacer es darle las gracias a usted, a mis jefes y a todas las personas de todos los medios que me han permitido ejercer este oficio desde 1987. ¡Gracias!
Ahora viene mi regalo: dos recomendaciones que definen con asombrosa perfección la dualidad de lo que hago. Por favor tome nota. Le van a encantar.
De Apple TV+ a Cineteca Nacional
En los años 80 aprendí semiótica en la carrera estudiando el cine de Joel Coen (Simplemente sangre).
Hoy que celebro tres décadas y media de periodismo, este gran genio aparece como un mensaje de Dios para obsequiarme: La tragedia de Macbeth en la plataforma Apple TV+.
Es una obra maestra, punto, una película tan, tan, pero tan importante que la próxima semana se va a estrenar en Cineteca Nacional.
Esto va a colocar a Apple TV+ en una posición que ni Netflix tuvo con la presentación de Roma. ¡De ese tamaño de película estamos hablando!
Si en algo aprecia su alma, prepare la más suculenta de sus botanas, abra una botella de vino y luche con todas sus fuerzas por gozar ya con esta monumental obra de arte que fusiona lo mejor de teatro con lo mejor del cine.
El reparto es sublime. Denzel Washington hace a un Macbeth como para comérselo a besos y Frances McDormand a la mejor Lady Macbeth de todos los tiempos.
Este Macbeth es tan bueno que al mismísimo Kurosawa le daría pena mostrar su Trono de sangre después de verlo.
Y es que estéticamente supera cualquier cosa que usted haya visto en este sentido en blanco y negro.
Es toda la energía de Shakespeare con toda la tecnología del siglo XXI más la genialidad del director de Sin lugar para los débiles, Fargo y Barton Fink.
El resultado es una bomba capaz de seducir lo mismo a las nuevas generaciones que a quienes llevan años amando este tipo de contenidos.
No cualquiera hace que un género tan complicado como el de la tragedia funcione. Este Macbeth funciona tan bien que podría ser un videojuego. ¡No se lo pierda!
¡Guácala, qué rico!
La gula es un apetito excesivo. Si algo soy yo, como crítico y como hombre, es goloso. ¡Viva la gula! ¡Viva el exceso! ¡Viva el placer!
Haga de cuenta que en Netflix dijeron: ¿cómo le vamos a celebrar a Álvaro sus 35 años? Con La divina gula.
¿Qué es esto? No, no es mi “bioserie”, pero casi. Es un homenaje a la creatividad gastronómica del pueblo de México que siempre está inventando comidas más atascadas, más abigarradas, más suculentas.
La divina gula es como Street Food Latin America pero sobre nuestras micheladas de colores que no existen en la naturaleza, sobre nuestras tortas hechas con ingredientes que harían temblar al más fiero de los gastroenterólogos y sobre nuestras papitas retacadas de chiles, quesos y cosas peores.
¡Soy yo hecho serie! ¡Es mi fiesta perfecta! No lo puedo decir de otra manera.
Amo La divina gula por muchas razones. Primero, porque no me cabe en la cabeza que nadie más haya hecho esto antes así, en grande, bonito, a lo bestia, calidad global.
Segundo, porque es una demostración más del cariño que Netflix le tiene a México. ¿Estamos de acuerdo en que estos señores no tenían por qué haber producido esta serie y lo hicieron, y lo hicieron bien?
Y tercero, porque es una cachetada con guante blanco para toda la gente fit que se la ha pasado presumiendo sus dietas, ejercicios y propósitos de año nuevo desde que comenzó 2022. ¡Tómenla, atletas! ¡Ya llegaron las conchas rellenas a ver quién gana!
Por si todo esto no fuera suficiente, se siente riquísimo ver al pueblo de México brillando así en Netflix, historias de éxito, historias de sabor. ¡Ahí nos vemos!
alvaro.cueva@milenio.com