Imagine que como aquellos personajes de El túnel del tiempo, Terminator o, mejor, de Jorge Luis Borges, usted vive en 1983 y acaba un día de buenas a primeras en el futuro, cuarenta años más adelante, y después del reset recibe una breve introducción para adecuarse a su nueva realidad, con datos básicos como que el PRI ya no gobierna, que un instituto ciudadano organiza las elecciones, que existe un organismo autónomo que garantiza la transparencia y que el teléfono celular es una herramienta indispensable.
Antes de salir de casa o de involucrarse en ese mundo paralelo que son las redes sociales, usted es advertido de algunos puntos básicos del siglo XXI, como que el planeta ya casi ha superado, con millones de bajas de por medio, una feroz pandemia de coronavirus; que China es una economía salvaje aun si sostiene su gobierno comunista vertical, y que salvo Cuba, Corea del Norte, Nicaragua y dos o tres países más, las dictaduras pasaron a mejor vida y los militares están en sus cuarteles.
En esa introducción usted aprenderá que ha caído el Muro de Berlín y con ello los regímenes dictatoriales de Europa del Este, que la Unión Soviética se desmoronó y quedó dividida en quince repúblicas en primera instancia, y que la guerra fría desapareció más de treinta años hasta que un nostálgico de la URSS, Vladímir Putin, decidió que había que revivir la geopolítica con tufo estalinista.
Cuando vuelva a la sección México, será enterado de que un priista devenido disidente y líder de izquierda participó tres veces en las elecciones presidenciales, sin éxito, con sospechas fundadas de haber sido víctima de fraude en la primera, y que uno de sus discípulos siguió la misma ruta y es ahora el presidente.
Y aquí es donde quizá usted empiece a dudar del paso de los cuarenta años, pues escuchará que afuera se habla de militarización de las calles y de múltiples funciones de gobierno, de promoción de precios de garantía al estilo echeverrista, de ataques a la Universidad Nacional, de boicot al instituto autónomo de transparencia, de descalificación a los ministros de la Suprema Corte, de construcción de refinerías petroleras y de dedazo de precandidatos presidenciales, ahora bautizados “corcholatas”.
Vaya con nuestro siglo XXI.