En su presentación al genial y necesario “Tratado de iconografía” de Juan Esteban Lorente, Gonzalo Borrás escribe: “la presente obra es hija de la docencia universitaria, una de las actividades más injustamente denostadas por la sociedad actual”, para luego elogiar el rigor intelectual y académico de Lorente que resultó en una obra necesaria para los estudiantes españoles de Historia del Arte.
Quisiera reflexionar al respecto desde dos perspectivas.
La primera engloba visiones injustas sobre el oficio docente universitario, arraigadas en el imaginario tanto de estudiantes como de la sociedad en general, y que es una evolución de la degradación del oficio debido al ambiente tecnológico, los procesos ideológicos de las izquierdas identitarias que reniegan de poderes jerárquicos, la cultura de la cancelación, etc…: la idea de que la vocación es un estilo de martirio que el profesor acepta por su incapacidad de insertarse en mejores ambientes laborales. “Quien no lo logra, enseña” y otras frases resumen esa idea de que las aulas universitarias están llenas de sueños rotos, y que es un hecho inevitable e inmutable y aceptado que la docencia esté mal pagada (así es, ni modo, punto). Entendida así, la vocación se vuelve una condición que habilita que el profesor o lo soporte todo, o entre en el juego de la simulación para mantenerse activo en un ambiente laboral pauperizado y muy competitivo.
Y de este último argumento nace la segunda perspectiva de este pequeño y veloz análisis: el propio sistema incapacita al profesorado de cátedra para organizarse y exigir mejores condiciones laborales. El problema es que cuando hablamos de “mejores condiciones laborales”, nos referimos ya no sólo a las que habilitan el pleno ejercicio docente dentro del aula, sino a derechos básicos, certidumbre y oportunidades reales de crecimiento. Muchos profesores por horas están atrapados en dinámicas laborales que requerirían ser reguladas, del mismo modo en el que se han intentado ordenar otros oficios emergentes como el de la repartición de alimentos y mercancías, el telemarketing o el home office corporativo.
Ante el incremento de la suplantación digital de oficios, es necesario legislar, antes de que sea tarde, las condiciones que aseguren el trabajo docente universitario y devolverle su dignidad más allá de la romantización de la vocación.