
En las mesas del poder, donde las confidencias se cuecen a fuego lento hasta volverse estrategias, la asistencia de Claudio X. González es una constante ineludible. Hombre de negocios por formación, es en la práctica un fantasma elegante y desabrido que opera con pulcra discreción desde las bambalinas de la política nacional. Su reaparición es un acto calculado y, como es su costumbre, lo hace en salones privados, escogiendo esta vez la ciudad de Guadalajara como telón de fondo. Aquí, congregó a sus allegados y se dedicó a desempolvar una bandera que muchos, a la luz de los resultados recientes, creían definitivamente guardada: la defensa a ultranza del Instituto Nacional Electoral (INE).
El millonario, que hace de la ingeniería opositora su cruzada más visible y costosa, lanzó desde la capital jalisciense un mensaje que fluctúa entre lo épico y lo ingenuo: “Esta iniciativa es de los ciudadanos para los ciudadanos”. Bajo el ya conocido eslogan de Salvemos la Democracia, inició el recorrido para recolectar las 130 mil firmas necesarias con las que, según su plan, contrastará la reforma electoral impulsada por Morena. Su discurso es un déjà vu limpio y bien financiado: clama por un “árbitro justo, cancha pareja, que no haya trampas”.
Nada de esto es inédito. Son los mismos lemas y las consignas idénticas que resonaron con estrépito en la fallida Alianza Opositora “Sí Por México”, experimento que él mismo orquestó y que naufragó estrepitosamente en las urnas de 2024. Claudio X. González fue, a todas luces, el artífice principal de aquel experimento contra natura que buscó unir los partidos del pasado, hoy severamente venidos a menos: PRI, PAN y PRD. La evidente decadencia política en sus propuestas y, sobre todo, en sus impresentables candidatos, dio como resultado un triunfo histórico para la 4T: la victoria de Claudia Sheinbaum con el máximo histórico de votos obtenidos en una elección presidencial (cerca de 35 millones).
Pero no toda la ganancia, curiosamente, fue para quien se pretendía fuera vencida: la hoy Presidenta de la República. Resulta que, como reza el dicho popular, “nadie sabe para quién trabaja”, pues aquella campaña “estratégica” ideada por X. González sirvió para sacar definitivamente del mapa electoral al partido de izquierda, que en su momento fue más fuerte y con mayor representatividad: el PRD, que perdió el registro. Asimismo, hundió al PRI en su crisis más significativa en 2024, redujo de forma drástica su poder y presencia política en el país.
La persistencia de Claudio X. González parece tan falsa como una moneda de chocolate. A pesar de los demoledores resultados del año pasado, hoy insiste en la misma “batalla” con el idéntico guion y los mismos personajes como aliados estratégicos: Alito Moreno, quien se adueñó del PRI con su siniestra forma de dirigir el partido y cuyas pruebas de presunto enriquecimiento ilícito no parecen inquietar al empresario. Tampoco la continuidad de Marco Cortés y Jorge Romero a la cabeza del PAN. Ambas partes están contempladas para seguir en la contienda por “salvar” al Instituto Electoral, paradójicamente la institución con mayor credibilidad en el ámbito internacional.
La lucha, entonces, parece librarse no contra el proyecto que pretende transformar al INE, sino contra el enemigo de una élite política desesperada por recuperar sus antiguos privilegios. A pesar de que se le pregunta de forma directa a X. González si no es un harakiri político hacer este movimiento de la mano de estos liderazgos tan cuestionados, opta por darle una vuelta incómoda al punto más débil de su iniciativa Salvemos la Democracia.
Este es un movimiento táctico que, sin embargo, delata una ceguera estratégica profunda: es más fácil imaginar al PRI extinguiéndose por completo que a Morena desistiendo de su objetivo de quedarse con las riendas del INE. Sin embargo, ahí está González, intentando reavivar la “Marea Rosa”, ese movimiento que nació en 2022 como una respuesta visceral al lopezobradorismo, cuyos líderes políticos aún no logran levantarse de la lona por el nocaut que les asestó la Cuarta Transformación en el proceso electoral de junio de 2024.
La llamada Marea Rosa demostró ser, en el mejor de los escenarios, un fenómeno netamente urbano y de clase media alta; en el peor, la fachada cívica de una oposición pretenciosa, huérfana de discurso y sin arraigo popular. Xóchitl Gálvez, con todo el respaldo de estas élites y tres partidos detrás, simplemente no logró despegar. En Jalisco, por recordar una, el entonces gobernador Enrique Alfaro le hizo el caldo gordo a la candidata presidencial de la Alianza Fuerza y Corazón por México, lo que provocó en el electorado una división del voto que afectó a MC. En Zapopan, por poner un ejemplo, Sheibaum ganó de forma contundente.
El movimiento está contaminado desde su génesis. Ningún principio, por loable que sea, logrará imponer la narrativa de defensa del INE cuando la perversión reside en el contexto. Los principios de transparencia y justicia electoral que enarbolan son impecables en el abstracto y nadie podría refutarlos. No obstante, son la carta de presentación de un sector que, cuando tuvo la oportunidad de gobernar, practicó muchas de las tramas que hoy denuncia y que, como oposición, vio desnudados sus negocios y conflictos de interés en la plaza pública.
La estrategia es transparente como el agua: intentar construir una épica ciudadana para un fin netamente político. Buscan la movilización del descontento, recoger firmas, presentar una iniciativa paralela y, sobre todo, preparar el terreno para las recurrentes movilizaciones callejeras: “La Marea Rosa llegó para quedarse”, aseguran con un optimismo que raya en el autoengaño. Pero lo que en realidad parece haber llegado para quedarse es la sombra de Claudio X. González, un hombre que, desde las mesas privadas donde se toman las verdaderas decisiones, insiste tercamente en dar batallas que, hasta ahora, no ha sabido ganar.
Mientras tanto, en Palacio Nacional, observan el movimiento con la serena placidez de quien sabe que, en esta ocasión, la cancha no solo no está pareja, sino que está, inequívocamente, a su favor.