En las tierras montañosas del estado el aire está impregnado de misterio gracias las leyendas y creencias místicas que las comunidades rurales han conservado durante generaciones. Los cerros, esas formaciones que dominan el paisaje, no son simples elevaciones geográficas, son guardianes de secretos, lugares donde lo espiritual y lo terrenal se entrelazan para contar la historia mística y viva en el corazón de sus habitantes.
Entidades vivas
Para las comunidades indígenas de Hidalgo, los cerros no son solo parte del paisaje; se trata de entidades vivas, con espíritu y personalidad propia. En la cosmovisión otomí-tepehua, cada cerro es un ser sagrado que actúa como un puente entre el mundo físico y el espiritual. Los habitantes no se acercan a estos lugares sin el debido respeto, pues creen que son guardianes de secretos ancestrales y pueden castigar a aquellos que intenten profanar sus tierras.
En muchas comunidades son lugares donde se realizan rituales de sanación: desde lo alto, curanderos y chamanes se conectan con los espíritus de la naturaleza para curar enfermedades físicas y espirituales.
Los cerros, con su imponente presencia, representan mucho más que formaciones geológicas. Son testigos del paso del tiempo y del flujo de la vida. A lo largo de los siglos, las comunidades han desarrollado una relación profunda con estos lugares, considerándolos como centros de energía espiritual. En cada uno, la naturaleza y la historia humana se entrelazan, creando una atmósfera en la que lo sobrenatural parece estar siempre al alcance de la mano.
El Cerro del Xicuco
Este sitio del Valle del Mezquital alberga en sus entrañas a los “chaneques”, seres encargados de proteger los tesoros naturales y ocultos del cerro; son criaturas traviesas, pero también peligrosas, especialmente para quienes se aventuran en sus dominios sin permiso: desapariciones misteriosas, desorientación repentina en terrenos conocidos o el extravío de pertenencias. Los habitantes de las comunidades cercanas cuentan que, en las noches más oscuras, se pueden ver luces extrañas danzando en las laderas del cerro, como si los chaneques estuvieran marcando el territorio.
El Xicuco ha sido asociado con eventos inexplicables. Hay quienes cuentan que ciertos días del año el viento que baja de las montañas parece susurrar palabras en lenguas antiguas que solo los ancianos de las comunidades parecen comprender.
El Cerro de las Navajas
Conocido desde tiempos prehispánicos por sus yacimientos de obsidiana es considerado un espacio dual: mientras de día se lo ve como una fuente de prosperidad y recursos, durante la noche su energía cambia, tornándose un sitio temido por los lugareños.
Cuentan que el Señor de las Navajas, un guerrero tolteca que pereció defendiendo el cerro, aún ronda por las noches, cuidando que nadie se apropie indebidamente de la obsidiana; de hecho, quienes encuentran fragmentos de obsidiana negra deben dejar ofrendas en señal de respeto, o el espíritu del guerrero podría aparecerles en sueños para advertirles sobre su osadía.
Algunos curanderos locales utilizan fragmentos de obsidiana del cerro en rituales de protección y sanación, pues el poder de la piedra, extraída de un lugar sagrado, puede canalizar energías curativas y desviar las malas influencias.
El cerro del Tecuán
Es uno de los cerros más conocidos por sus propiedades curativas, allá por Ixmiquilpan, algunos habitantes incluso dicen que es habitado por espíritus que pueden de restaurar el equilibrio físico y emocional de quienes acuden en busca de sanación y hacen ofrendas, dejan flores, velas y alimentos. Cada año, en los equinoccios y solsticios, los habitantes de las comunidades cercanas realizan ceremonias de agradecimiento a la tierra. Bajo la guía de los chamanes, estas celebraciones incluyen danzas y cantos dedicados a los cerros, reconociendo su poder y su influencia en la vida cotidiana de los pueblos.
El Cerro de los Magueyes
Ubicado cerca de Apan, en este lugar hablan de la aparición de una misteriosa figura femenina conocida como La Dama de Blanco. Se dice que esta mujer, envuelta en un vestido blanco resplandeciente, aparece las noches de luna llena caminando entre los magueyes y no se trata de un simple espectro, sino de una guardiana del cerro, encargada de proteger los secretos de la tierra y de aquellos que la explotan. Se aparece a los hombres que, cegados por la ambición, intentan tomar más de lo que la tierra está dispuesta a dar y, en su presencia, muchos han sentido un frío inexplicable, mientras otros aseguran haber escuchado su suave voz susurrando advertencias en el viento.