En las comunidades indígenas de Hidalgo, como los otomíes, nahuas y tepehuas, el Día de Muertos se convierte en una fecha cargada de simbolismo. La celebración integra prácticas y rituales que no solo rinden honor a los antepasados, sino que reafirman la identidad cultural y el sentido de comunidad entre quienes participan, dando continuidad a costumbres que han sobrevivido a través de los años.
Durante los días previos, familias y comunidades se dedican a preparar los elementos esenciales de la celebración. Los altares, centro fundamental en esta fecha, se levantan con cuidado y respeto, pues cada componente tiene un significado. La estructura del altar, que puede tener varios niveles, representa la conexión entre el mundo de los vivos y el de los muertos, y en cada nivel se colocan ofrendas que invocan a los antepasados y guían su regreso temporal al mundo de los vivos; son decorados con flores de cempasúchil, las mismas muestran el camino espiritual de las almas y, además, simbolizan la vida y la muerte.
Como en otras partes del país, las ofrendas incluyen alimentos tradicionales, bebidas como el pulque o atole y velas que iluminan el camino de los difuntos. Colocan pan de muerto, tamales, frutas y platillos que en vida disfrutaban los antepasados.
Las comunidades también se distinguen por incorporar objetos significativos como incienso de copal, cruces y fotografías de los difuntos, incluso incluyen piezas artesanales elaboradas por la familia como una forma de expresar afecto y respeto.
Los rituales incluyen la limpieza y decoración de las tumbas de los seres queridos, especialmente en los panteones comunitarios, tarea en la que participan todos los miembros de la comunidad, reforzando el vínculo con la tierra y los antepasados; las tumbas se decoran con flores, se encienden velas y en algunos casos se colocan figuras religiosas.
Oraciones y cantos son también componentes esenciales de la celebración. Las personas rezan y cantan a los difuntos para guiarlos en su regreso, y los instrumentos de viento y percusión acompañan estos actos solemnes. En algunas comunidades otomíes, la música tiene un papel especial, pues se cree que el sonido llama a los espíritus desde el más allá. Los jóvenes y niños participan en danzas y cantos tradicionales.
En comunidades nahuas y tepehuas, el Día de Muertos también se celebra con reuniones en las que se comparte comida y se intercambian recuerdos de los antepasados, con ello fortalecen la unión familiar y crean un sentido de comunidad al recordar la vida de quienes ya partieron y, a través de las historias, mantienen vivo su legado.
Con el paso del tiempo, dicha tradición ha incorporado elementos modernos sin perder su esencia y, evidentemente, hay ciertos matices de religiosidad católica, aunque la esencia de la celebración es y será la conexión con los antepasados.
Durante la noche del Día de Muertos, el altar se convierte en el centro de reunión, iluminado por la luz de las velas y el aroma de las flores; la gente se reúne alrededor para recordar a sus difuntos y compartir una conversación silenciosa con ellos.
En algunos casos, al finalizar la festividad, las familias reparten los alimentos que “quedan” en el altar, pues se cree que los difuntos, al volver a casa, toman la esencia de los alimentos, por lo que compartir es un acto de comunión y amor.
Esta celebración indígena del Día de Muertos, más que una simple festividad, es un símbolo de identidad y resistencia cultural para los pueblos indígenas de Hidalgo. A través de sus ofrendas, cantos y rituales, estos pueblos se encuentran en la memoria de sus ancestros una fuente de fortaleza y espiritualidad, preservando sus tradiciones y reafirmando su conexión con nuestros ancestros.