Las noticias falsas y la divulgación de creencias cobijadas por el manto de la ciencia no nacieron con Facebook y TikTok. Han estado entre nosotros por más tiempo del que creemos. Y eso sería malo en la medida en la que nos estorban para atravesar los caminos hacia una vida mejor.
A mi generación, por ejemplo, la educaron para que viera la televisión a una distancia prudente, ya que al hacerlo de cerca corríamos el riesgo de quedar ciegos. Lo mismo que si hacíamos el bizco nos podría entrar un aire y quedaríamos así. Nadie fuera de los mitos y las leyendas urbanas quedó ciego por pegarse a la pantalla del televisor, es más hoy sabemos que esto es improbable.
El canal de Videos MTV, tenía a principios de este milenio, un programa dedicado a los videojuegos de nombre Joystickeros, en una de sus emisiones presentaron una cápsula en donde informaban que científicos sostenían que las nuevas generaciones de humanos tendrían los pulgares más anchos, a consecuencia de una adaptación natural por la propensión a jugar videojuegos. Desde luego que los niños que han nacido de padres jugadores de videos no tienen esta deformación. A lo mucho el joystick evolucionó de su forma original en su aparición en 1944, para incluir nuevas funciones que permitan una experiencia de juego más precisa.
Hace no mucho me compartieron una publicación que narra la terrible noticia de que un menor sufre de estrabismo a raíz de pasar horas y horas frente a un dispositivo móvil. Claro que quienes escribieron esta noticia y quienes la comparten omitieron el hecho de que el estrabismo en adultos, que se da a partir de los ocho años, puede ser causado por la tiroides, traumatismo cefálico, diabetes, un tumor o un infarto cerebral o cardiovascular.
Pero lo hacen, compartir esa noticia, porque les checa. Es decir, va de acuerdo con su sistema moral y de creencias. Hoy es sencillo demonizar los dispositivos móviles y lo que de ellos emanan, siempre y cuando sean usados por menores. Así culpamos de la agresividad a los videojuegos y asociamos enfermedades o el sedentarismo y la falta de convivencia entre los niños al uso de los celulares. Por eso se pregona a los cuatro vientos: “¡qué se los quiten!”
Tienen razón, que les quiten los celulares…pero a los papás.
De entrada, son ellos, somos nosotros los adultos, los que tenemos acceso a ellos. Es decir, la capacidad de comprarlos, de regalarlos y de mantenerlos. Y va mas allá. Los dispositivos electrónicos han cumplido su función a la perfección, nos están usando.
No es poco frecuente escuchar en terapia la ansiedad que provoca el hecho de estar separado del teléfono móvil y la necesidad vital, casi a nivel de respirar, de entrar a cada momento a revisar la realidad virtual.
Acabamos de pasar las fiestas decembrinas y hasta hace algunos años era cuestionable que los móviles estuvieran en la mesa. Ahora está tan normalizado que parece ser el festejado de las reuniones.
Si a alguien le está causando daño su existencia es a los adultos. De los primates superiores la única especie que conserva su capacidad de juego en la adultez es el humano. La mayoría de las especies la pierde una vez salida de la infancia.
La importancia del juego es tal que de ella emana la cultura. No somos el "homo faber" (hombre que fabrica) que nos dicen los libros de texto, sino el "homo ludens" (hombre que juega). Nacimos para jugar. Jugar nos permitió pensar y luego fabricar.
Podrán decirme que a los teléfonos se pueden descargar cientos de aplicaciones de juegos, que es ocioso explicar que las consolas son eso, juegos virtuales. Pero no. En ninguno hallaremos el sentido original del juego. Su característica principal es que están preestablecidos, no hay posibilidad a la imaginación y lo único que premian es la eficiencia y no el pensamiento.
Hoy que es día de Reyes, ojalá pidamos menos juguetes y más juego.