La 4T padece hoy una suerte de hemiplejia moral. Al menos tres grandes derrames paralizaron la mitad del proyecto “redentor” de Andrés Manuel López Obrador: Segalmex, La Barredora y el huachicol. En el primer caso, AMLO protegió al responsable, en el segundo designó secretario de Gobernación y precandidato presidencial al “hermano” que por decisión suya gobernó su estado mientras lo barrían, y en el tercero propició el florecimiento del gigantesco negocio del contrabando de combustible. De las dos promesas que hizo a los mexicanos —acabar con la corrupción y paliar la pobreza— solo cumplió la segunda. Los cuatroteros pueden jactarse, Inegi en ristre, del apego al mantra de “primero los pobres”, pero ya ni el obradorista más caradura puede presumir la “honestidad valiente”. Lo único que permeó hacia abajo fue la impunidad, que comenzó con el perdón a Peña Nieto. Ironías de la vida: AMLO emitió su sentencia ante la historia. Si todos los presidentes conocen y aprueban las corruptelas, ¿quién va a dudar de que lo hizo el más autoritario, el que no permitía que se moviera la hoja de un árbol sin su consentimiento?
Lo del huachicol fiscal es un escándalo de proporciones históricas. Un negocio de ese tamaño es inocultable; no hay modo de negar, lo haya denunciado o no el almirante secretario de AMLO, que su jefe lo avaló. Y aún falta sumergirse bajo la superficie para calibrar la mole de podredumbre del iceberg y saber qué y quiénes se beneficiaron. No solo fue un incumplimiento del compromiso de honradez; fue también un sabotaje a las instituciones más sólidas del Estado mexicano. Muchos le advertimos que la militarización no blindaría contra la corrupción y que era un grave error dar tanto poder y tanto dinero a las Fuerzas Armadas. Los militares son hombres y nada de lo humano les es ajeno, y darles todo el control de obras millonarias era corromperlos. AMLO lo logró: corrompió ni más ni menos que a la muy respetada Marina. Y habrá que ver qué pasó en la Defensa durante esos seis años en que entregó contratos a manos llenas.
La bomba que se arrojó desde el segundo piso de la “transformación” dejó en ruinas la mitad del primero. Que Claudia Sheinbaum siga defendiendo a su mentor —ahora entiendo por qué AMLO desconfiaba de García Harfuch— pero que siga develando su corrupción. Facta, non verba: que las loas a su vertedor proliferen al ritmo con que se destapa la cloaca. Aun desde el mirador de la 4T Andrés solo puede ser el campeón del combate a la pobreza; el podio de la anticorrupción está vacante, y veremos si Claudia decide pararse ahí y trocarlo en diferenciador. No sé si, como ella dijo, AMLO vivirá en el corazón del pueblo y nadie podrá sacarlo de ahí; sé que el mito pervivirá en la medida en que se crea que salir de la pobreza bien vale una misa negra. Porque lo que se hizo en su gobierno, como lo ha mostrado su propio movimiento, fue una suerte de ritual de ocultismo regado con la sangre de la lengua mañanera que se solazó en la demagogia y el embaucamiento. Exactamente lo contrario de lo que él predicó: se mintió, se robó y se traicionó al pueblo.
El luchador social no resistió el efecto corruptor del poder omnímodo. ¡Y todavía hay quienes aplauden la destrucción de los contrapesos y los equilibrios democráticos!