No hubo sorpresas en el arranque de las campañas. Claudia Sheinbaum jugó a lo seguro, con un mitin en el Zócalo de CdMx y la suscripción a pie juntillas de la agenda de Andrés Manuel López Obrador; Xóchitl Gálvez apeló a la audacia, con una visita a medianoche al municipio más inseguro y la presentación de algunas propuestas arriesgadas y políticamente incorrectas, y logró marcar la pauta: el tema central fue la violencia criminal. Jorge Álvarez Máynez buscó en Jalisco limar asperezas y jalar a los jóvenes.
Con todo, creo que la clave de la contienda será el éxito o el fracaso de la decisión de Sheinbaum de no distinguirse de AMLO. Es lógico que la representante de un líder tan popular como autoritario se niegue a contrariarlo; tiene que cuidar a toda costa su fuente de electores, que es la base social obradorista. La pregunta es si eso será suficiente para derrotar a la candidata opositora; es decir, si no le convendría marcar algunas diferencias, sin alejarse demasiado de él, a fin de atraer a una parte de la clase media que ha agraviado.
He aquí el dilema del oficialismo. En tiempos de la hegemonía priista, cuando una ruptura interna o la oposición externa ponían en peligro la continuidad del régimen, el presidente saliente permitía a su delfín marcar cierta distancia en su campaña. Pesaba más el cálculo electoral que la egolatría presidencial. Cárdenas lo hizo en el PRM con Ávila Camacho, Alemán en el PRI con Ruiz Cortines; vamos, hasta Díaz Ordaz se tragó el minuto de silencio en memoria de las víctimas del 68 que Echeverría aceptó guardar en la Universidad Nicolaíta de Michoacán. La hubris de los dioses del Olimpo, que les decía que los mortales escogidos para sucederlos perderían toda posibilidad de ganar si pretendieran corregir el menor detalle de los gobiernos insuperables e inmarcesibles de sus mentores, cedía el paso a la racionalidad mundana que aconsejaba una dosis de diferenciación. Pero todo indica que no es el caso de AMLO, quien de un líder social todo terreno ha pasado a ser un político que cultiva su ego al extremo de rehusarse a recibir a las víctimas de la violencia o a los damnificados de Acapulco para que no empañen su imagen.
Cuando desde el trono mañanero prohibió los zigzagueos el mensaje fue el descarte ideológico de Ebrard. Hoy surge otra lectura de la misma orden, con dedicatoria a la receptora del bastón de mando: ni se te ocurra distinguirte de mí. ¿Cómo sumar switchers con semejante ancla atada al cuello? AMLO se perfila, así, como el gran activo y el gran pasivo de Claudia: el señor y dador del voto duro y el supremo ahuyentador del voto blando. Y en esas condiciones la apuesta se reduce a la movilización de la estructura clientelar de la 4T. Nada menos, pero nada más. Ni un sufragio fuera de la red de electores cautivos.
Quizá le alcance. Pero si la campaña de Xóchitl Gálvez prende y la ciudadanía se entusiasma al grado de salir a votar en niveles históricos, esa estrategia no bastará para impedir una victoria opositora. Y de ser así se demostrará una vez más que la desmesura de la soberbia tiene un precio y que casi siempre, a corto plazo, lo pagan otras personas. A corto plazo, digo, porque a la larga la factura invariablemente le llega al recipiendario del culto a la personalidad.