Política

AMLO y la representación inversa

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Una elección determina quién gobierna, no quién tiene la razón. Un triunfo electoral otorga una constancia de legitimidad para ejercer el poder, ciertamente, pero no un certificado de veracidad absoluta ni de infalibilidad. El demócrata respeta y escucha a las minorías porque sabe que la verdad no depende del número de quienes la profesen (Ibsen) y que el cáncer no se remedia con una mayoría de votos (Churchill). El populista, en cambio, usufructúa la sentencia del vox populi vox Dei y desprecia el conocimiento por “elitista”, así provenga de una élite científica. Al diablo con los expertos.

El populismo no elimina la representatividad. No entrega el poder al pueblo sino que lo concentra en su representante único para que dictamine lo que quieren los demás. El populista suele conquistar el apoyo mayoritario mediante acciones para redistribuir la riqueza, por cierto justas y necesarias, y una vez que se gana la confianza y la gratitud popular invierte la representación, como señaló Ernest Barker: ya no es el líder el que representa la voluntad del pueblo, es el pueblo el que representa la voluntad del líder. El cariño de los beneficiados trueca en franca veneración al benefactor y le da un cheque en blanco en asuntos a menudo ajenos a la gente, que no tiene por qué saber de todo.

En México hay ejemplos concretos. El presidente López Obrador creó programas sociales para millones de familias que los necesitaban; en buena hora, distribuyó dinero para contrarrestar carencias y rezagos. Se ganó así el amor y la fe ciega de muchos mexicanos. Por eso cuando canceló la construcción del nuevo aeropuerto de Ciudad de México en Texcoco miles de personas que no tenían interés en el proyecto ni información sobre la alternativa lo secundaron en una “consulta”. Y algo similar pasó cuando se hicieron encuestas sobre la militarización o la reforma al Poder Judicial, porque la mayoría obradorista aprueba no solo los fines sino los medios que decida AMLO.

Me detengo en este último tema. Muchos mexicanos tienen, con razón, una imagen negativa de los jueces por la lentitud y las corruptelas en los juzgados. Pero una cosa es querer que eso se corrija y muy otra desear que los juzgadores sean electos por el voto de la población. Nadie lo había pedido; no había un clamor popular para elegirlos. Se le ocurrió a AMLO decir que esa es la solución a los vicios del Poder Judicial y sus seguidores avalaron la propuesta, que suena a empoderar más al pueblo. En realidad, lo que él hizo fue aprovechar la antipatía hacia el Poder Judicial para llevar agua a su molino de venganza y control político: ¿para qué recurrir a expertos cuando puede destituir a los ministros que lo desafiaron y entregar los tribunales a la 4T?

He aquí la representación inversa del populismo: una manipulación de la voluntad popular que rechaza el conocimiento, sin el cual no se corrige de fondo ningún problema. Por eso el populismo no es más que un paliativo, una anestesia que calma el dolor sin curar la enfermedad. Y por eso celebro que Claudia Sheinbaum haya enfatizado que escogió a personas conocedoras para su Gabinete. Ojalá que como presidenta no sea una anestesióloga como AMLO, sino una oncóloga que extirpe los tumores de México. No una populista, pues, sino una demócrata.


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Agustín Basave
  • Agustín Basave
  • Mexicano regio. Escritor, politólogo. Profesor de la @UDEM. Fanático del futbol (@Rayados) y del box (émulos de JC Chávez). / Escribe todos los lunes su columna El cajón del filoneísmo.
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