Antes de cada curación, la doctora lo miraba con ternura y le preguntaba con humor: "¿Listo para ver elefantitos rosas?" Mi amigo Emiliano asentía suplicante; con quemaduras en cara, manos y un pie, la inyección lo transportaba ahí donde no hay sufrimiento innecesario. Así fue sesión tras sesión hasta que sanó. Lo vi volver a su trabajo con un buen recuerdo de aquella modesta clínica y de su ángel guardián que le ayudo a soportar los dolores de mano de la morfina.
Siempre lo acompañé. Pero quizá fue la literatura de Sándor Marai y su libro La hermana la que me ayudó a entender, a nivel más profundo, lo que es para un paciente que sufre, instalado en un estado "que ya no era vida, pero aún no era la muerte", el efecto de la droga que "me había traído el recuerdo de la música (...) y oía una melodía de Chopin", gracias a un "ángel nocturno que se alzaba en medio de la oscuridad".
Luego de esa lectura entendí por qué mi madre, con intensos dolores de columna, al término de cada cirugía preguntaba si le administrarían morfina en el hospital. Y no tenía adicción, solo era una paciente a quien los medicamentos derivados de la morfina ayudaron a disminuir el sufrimiento físico para luego seguir su vida.
Los medicamentos derivados de los opioides son los más eficaces analgésicos para controlar el dolor. México es el segundo productor de amapola en el mundo y el primero en América. Sin embargo, produce para satisfacer el mercado negro y la creciente demanda de heroína en Estados Unidos sobre todo, pero carece de morfina en los hospitales públicos. Y el asunto es global. Según el doctor Juan Ramón de la Fuente, 6 millones de pacientes con cáncer terminal en el planeta mueren cada día sin acceso a la morfina, a pesar de que la Organización Mundial de la Salud la considera como el medicamento estándar para el tratamiento del dolor. Las naciones con niveles bajos y medios de ingresos, que acumulan 70 por ciento de las muertes por cáncer y 99 por ciento por HIV, solo reciben 10 por ciento de la morfina disponible en el mundo, mientras que Estados Unidos, Canadá y Europa consumen 90 por ciento de la sustancia que se usa con fines médicos.
Hay 18 países autorizados por la Comisión de Estupefacientes de la ONU para producir opio con fines médicos. En ese sentido, la propuesta reciente del gobierno de Guerrero, de solicitar el permiso del organismo y hacer pruebas piloto de siembra legal y controlada de la amapola, para su exportación y uso medicinal, abre alternativas. Para un estado sumido en la violencia y la pobreza y para millones de seres humanos que suplican un alivio a su dolor.
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