Cultura

Catedral

Las catedrales góticas son las estructuras que más me han sorprendido de todas las construcciones hechas por el hombre; ni las pirámides, ni canales, ni las megaurbes...

Hace años fui a Europa. La impresión que me dejaron las catedrales góticas fue la del hombre intentando acercarse a Dios. Pero no a un dios antropomorfo, sino a una fuerza, una omnipresencia panteística, como el dios de Spinoza. Dentro de estos magnánimos recintos sentí que estaba no en una iglesia, sino en un oráculo mágico construido para invocar, para conjurar, a través de rituales específicos, a esta fuerza, para traerla a la tierra y desvelarla. Un espacio quimérico, pues.

Las catedrales góticas son las estructuras que más me han sorprendido de todas las construcciones hechas por el hombre; ni las pirámides, ni los grandes canales, ni las megaurbes me han impresionado como estos logros que, lejos de representar meras hechuras arquitectónicas son, como ya sugerí, laboratorios para intentar desvelar la naturaleza de ese escenario misterioso e insondable que nos envuelve y al cual hemos llamado Dios.

El punto es que en un momento de nuestra historia después de la Edad Media (el Renacimiento) colocamos nuestra imagen frente a la de este Dios, u omnipresencia, creyéndonos amos y señores del planeta y, peor: universalizándonos, como si fuéramos, de facto, criaturas en espejo de ese mismo dios al que habíamos replegado a un segundo plano. Habrase visto semejante necedad. Un poco de humildad nos habría venido bien en ese momento. Y quiero dejar en claro que no defiendo ni la creencia en Dios (usted bien sabe que soy ateo), como tampoco me confirmo como partícipe de ese antropocentrismo sesgado que tanto daño nos ha hecho.

Se ha dicho siempre que la Edad Media es una de oscurantismo, de fanatismo y retroceso. No lo creo. Se desarrollaron muchas cosas en todas las áreas; si bien la idea de progreso constante y progresivo es, al día de hoy, una mentira, debemos mirar la historia como un ensayo perpetuo de logros y fracasos por igual. No nos dejemos engañar por la ilusión de la tecnología: mientras gozamos de algunos avances, retrocedemos en otros. Esa paradoja la estudió George Steiner a fondo:

“¿Qué licencia posee el pedagogo o el así llamado intelectual para introducir por la fuerza sus prioridades esotéricas y sus valores en las gargantas de la gente? Sobre todo cuando, en lo más profundo de su atormentado corazón, sabe que los logros artísticos e intelectuales no parecen volver más humanos a los hombres y a la sociedad, más aptos para la justicia y para la piedad. Cuando intuye que las humanidades no humanizan, que las ciencias, incluso la filosofía, pueden estar al servicio de la peor de las políticas. He dedicado gran parte de mi vida y de mi trabajo a esta siniestra paradoja”.

No, no existe semejante avance. Incluso diría que se trata de una utopía. Son solo cambios. Y esta fantasía creo que se generó en el Renacimiento: desarrollamos demasiada confianza en nosotros mismos, una explosión desmedida de nuestro ego y nuestras capacidades.

Vuelvo a esa atmósfera increíble y mística de las catedrales góticas, únicas e irreproducibles. Quisiera buscar algún tipo de espiritualidad que no dependiera de la creencia en un Dios ni fundamentada en ningún tipo de moral, una espiritualidad que combinase el descubrimiento científico con la poesía, con nuestras sensaciones más profundas y sublimes, con el arte y todas nuestras hechuras creativas. Eso, pero haciéndonos ligeramente a un lado para dejar que las cosas del universo nos susurren al oído y así ir escuchando, ir poco a poco entendiendo la mecánica y estructura de ese gran misterio, de ese caleidoscopio de reflejos, destellos, pulsaciones, radiaciones, rocas gigantes, bolas de hielo errantes, estallidos silenciosos, loquísimas partículas invisibles, cuerpos celestes extravagantes y estrambóticos mundos de rocas y gases.

Insisto: no tiene que ver con nosotros y el hombre gótico lo sabía. Somos parte de un algo más en el cual representamos una proporción tan ínfima que quizá ni valga la pena pensar en ello.

Eso: dejar de escucharnos a nosotros mismos y poner atención a lo que hay allá afuera, reconocer lo cautivador que puede ser la contemplación de ese grandísimo escenario.


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Adrián Herrera
  • Adrián Herrera
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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