Es difícil ver el conflicto entre Estados Unidos y China sobre los minerales de tierras raras como algo más que un simple boxeo de sombra. Las implicaciones de la pelea son muy reales. Los controles de exportación de China sobre el sector y el cercado sobre los minerales críticos —necesarios para todo tipo de cosas, desde semiconductores y vehículos eléctricos hasta smartphones y aviones de combate— representan un duro golpe para EU. Pero la conmoción que ambas partes manifiestan tener sobre la situación es pura farsa.
El secretario del Tesoro de EU, Scott Bessent, declaró la semana pasada que el uso de los controles de exportación de minerales por parte de China es el resultado de acciones comerciales “deshonestas” antes de la cumbre prevista entre Donald Trump y Xi Jinping, y que “no se puede confiar en Pekín”.
Tal vez, pero la realidad de que China tuviera esta carta para jugar se debe a que, durante los últimos 30 años, EU le permitió, poco a poco, apoderarse de toda la industria.
China nunca ocultó su deseo de hacerlo. En 1992, Deng Xiaoping anunció el deseo del país de convertir las tierras raras en el “petróleo” de China. A mediados de la década de 1990, en medio de una desregulación general del comercio mundial que condujo a un escrutinio más permisivo de las inversiones y a la tolerancia a la deslocalización, el Comité de Inversión Extranjera de EU (Cfius, por su sigla en inglés), bajo la administración Clinton, aprobó la venta por parte de General Motors de Magnequench —una empresa con sede en Indiana que fabricaba los imanes de tierras raras que se utilizan en los discos duros de las computadoras, la electrónica de consumo y los sistemas de guía de aviones— a propietarios chinos con estrechos vínculos con Pekín.
El hecho de que estos imanes tuvieran un “doble uso”, es decir, que pudieran tener aplicaciones tanto militares como comerciales, es la única razón por la que la fusión se estudió detenidamente en un principio. (Un consultor del Pentágono dijo que la empresa estaba en la mira para mejorar la tecnología china de misiles de crucero). La aprobación del Cfius se basó en la promesa de que la fábrica permanecería en Indiana.
No fue así. Después de unos años se cerró por completo la operación en Indiana y la producción y el equipo se trasladaron a China. Como declaró el representante Peter Visclosky, demócrata del norte de Indiana, en 2004, cuando se cerró la última planta: “Le estamos entregando a los chinos tanto nuestra tecnología de defensa como nuestros empleos en medio de una profunda recesión”.
La Casa Blanca de George W. Bush no hizo nada para impedirlo. En 2005, un informe de la Comisión de Revisión Económica y de Seguridad entre Estados Unidos y China destacó el acuerdo y que el cierre “permitió a China acercarse a monopolizar el mercado de los minerales de tierras raras”.
Pero Estados Unidos no solo cedió voluntariamente una ventaja en la producción, sino que también fracasó en proteger su acceso a las materias primas.
Hasta finales del siglo XX, EU fue el principal productor mundial de minerales de tierras raras, principalmente a través de la mina Mountain Pass en California, que abrió sus puertas en 1952. Estándares ambientales más estrictos, menor productividad y falta de apoyo a la política industrial en EU llevaron a su cierre en 2002, pero se reabrió en 2012, pero entonces los estadunidenses no tenían capacidad de refinación doméstica y tuvieron que enviar sus materias primas a China para su procesamiento.
Para ese momento, China había aprovechado su habitual combinación de control estatal: producción y extracción a bajo costo, préstamos baratos y límites a la exportación, para dominar la mayor parte de la industria minera crítica mundial. (Esta misma estrategia se empleó para blindar la industria marítima mundial y muchos sectores más).
También comenzó a aprovechar geoeconómicamente los minerales críticos, desmintiendo las quejas actuales de Pekín de que la restricción de las tierras raras es una reacción a la decisión del Departamento de Comercio de EU de ampliar el número de empresas chinas en su lista negra a finales de septiembre.
De hecho, China utilizó por primera vez los controles a la exportación de tierras raras para restringir los envíos a Japón en 2010, después de una disputa diplomática entre ambos países. Estados Unidos, la Unión Europea y Japón impugnaron las restricciones chinas a la exportación de tierras raras ante la Organización Mundial de Comercio (OMC) en 2012. Ganaron, pero para entonces ya no importaba. La industria ya estaba en su mayoría en China, y Occidente aún no se comprometía con políticas al respecto.
Los halcones (los políticos de línea dura) contra China, el personal de defensa y los defensores de los derechos laborales en EU ya tenían muchos años señalando el cuello de botella de los minerales de tierras raras chinos, que se ocultaba a plena vista.
En 2020, durante su comparecencia ante el Senado, el comisionado de EU-China, Michael Wessel, mencionó las declaraciones de un instituto de investigación financiado por el gobierno chino: “En medio del acalorado conflicto comercial entre China y Estados Unidos, China no va a descartar utilizar las exportaciones de tierras raras como una ventaja de negociación para afrontar la situación actual”.
Y aquí estamos. El año pasado, Bessent ridiculizó el apoyo del presidente Joe Biden a los sectores estratégicos, calificándolo de “planeación centralizada” (además de impulsar los semiconductores y las tecnologías limpias, la administración Biden financió a Noveon Magnetics, el único fabricante de imanes de tierras raras en EU).
Este año, la Casa Blanca de Trump redobla la apuesta en ese enfoque, metiendo cientos de millones de dólares en inversiones y préstamos para impulsar la minería y producción de minerales críticos en Estados Unidos.
La única sorpresa de todo esto es que haya tardado tanto. Yo creo que tanto el boxeo de sombras —como la carrera para reconstruir sectores estratégicos— continuarán.