Entre susurros—Tal vez la resonancia de un violín o el bullicio de un mercado sonoro de percusiones— aparece lo escrito por un joven veracruzano que interpreta desde el vertedero tan bien conocido del recuerdo.
Musas en Mí es el segundo álbum de estudio de Arath Herce, músico que vive en cada verso escrito. Cada canción es un eco que se transmite en silencio, una búsqueda de formas nuevas en el ruido del mundo.
Entre susurros y resonancias: El nuevo álbum
Musas en Mí, con sus logros musicales y sonoros, no llega con el mismo mérito con el que se inscribe el artista en la historia.
Es tal vez la sensibilidad veracruzana, alma de pirata y sueños de arena enamorada de piel; o la incontenible poesía que brota desde las vísceras de quien ha amado sin respuesta, no sé en realidad lo que provoque ese secuestro emocional. Arath Herce tampoco lo sabe. Él mismo me lo dijo:
“No pienso en qué tan universal será mientras escribo”, pero sí se reconoce con el valor necesario para señalar “ese rincón tan pequeño”, dice, donde habita el recuerdo de quien lo escucha.
Es sencillo encontrarse a sí mismo también. El pasado cuaja y se estira con las palabras de Arath, y entonces todo cobra sentido. Con la multitud ascendiendo, más y más oídos alcanzan este canto del mexicano y la historia se vuelve infinita.
Se cuenta, como cadáver exquisito, un impacto que se concibe desde otra lengua. Musas en Mí abre con la edad, desde los callos que el tiempo se ha encargado de generar, desde el cabello distante o desde las grietas en la piel, cada una ajena a la anterior.
El alma es quien genera cada Musa, en Arath, en Fa o en Re; son minucias cuando el idioma hablado es el de la conmoción emocional, de la petrificación en frente de todo ello entendido desde el corazón.
Para M Revista de MILENIO, Herce conversa desde la pantalla y desde la inspiración, con sus heridas y cicatrices, con sus inspiraciones y preocupaciones. Nos regala sus Musas y nos invita a su mundo, uno habitado todo el tiempo y en cada lugar por él y todos los que conviven en la epopeya del pasado.
Vulnerabilidad y diario musical: El proceso creativo de componer
Ya había escuchado Balboa, pero en Musas hay una vulnerabilidad distinta.
¿Cambió la forma en que te acercaste a componer?
Siempre he pensado en mi música como un diario. Valoro mucho a los artistas que hablan desde la honestidad, y me gusta esa idea de ir dejando las cenizas de lo que uno va viviendo sobre el papel. Kerouac decía que escribía sobre su vida para poder, de viejo, leerla y recordar. Eso quiero hacer yo también. No me interesa escribir canciones por escribirlas, sino seguir ese diario.
¿Hubo algún ritual particular dentro del estudio?
Sí. Quería que sonara íntimo, con los menos elementos posibles. Grabamos en tres formatos —orquesta, banda y solo—, y las canciones en solitario las hacía siempre de noche, cuando todos se habían ido. Algunas incluso se registraron sin que yo supiera que estaba siendo grabado. Todo fue en vivo, rodeado de velas. Buscábamos capturar esa cercanía real.
¿Cómo fue el acercamiento para capturar esa intimidad?
Con Liz, mi coproductora, cuidamos mucho ese aspecto. La forma en que se graba una canción puede añadirle peso emocional a las palabras. Queríamos que la intención original con la que se escribieron se mantuviera hasta el final. Grabar en vivo cambia todo: no hay tiempo para pensar ni para juzgar la propia voz. Surgen errores, pero eso es lo que más me gusta ahora que escucho el disco.
¿Se vuelve más fácil saber cuando una canción está terminada?
Espero que sí. Nos impusimos una regla: no más de tres tomas por canción. Si grabas demasiado, pierdes frescura y terminas sin saber qué elegir. Prefiero que todo se sienta nuevo. Trabajar con músicos tan talentosos también influyó. Llegué con los arreglos claros, pero quería dejar espacio para que el momento en vivo aportara lo suyo.
Por ejemplo, en “Aquí viene la ola” pudimos trabajar con Jim Keltner. Escuchó la canción completa sin tocar nada y, al final, cuando digo “aquí viene la ola”, empezó a hacer olas con los platillos. Estuvo casi cinco minutos sin tocar un tambor. A veces incluso no tocar significa algo. El silencio también comunica.
Las letras personales para expresar las emociones y la construcción visual
¿Piensas tus letras como una vulnerabilidad muy personal, que termina siendo universal?
No, no lo pienso mientras escribo, pero sí lo siento cuando escucho. Mientras más específico es el sentimiento, menos solo te sientes. Cuando alguien se atreve a señalar eso tan específico pero real, te da una sensación de conexión. John Mayer decía que si escribes solo sobre el vaso de agua —y no sobre todo el universo—, puedes ver el universo reflejado ahí. Me encanta eso.
¿Qué tan involucrado estás en la construcción visual?
Mucho. Los videos los dirige Bruno Bancalari, pero los hacemos juntos. Me interesa lo visual porque lo que uno ve afecta cómo escucha, y viceversa. Hay colores, texturas y atmósferas que deben dialogar con la música. A veces, solo con una portada cambia la forma en que percibes un disco.
¿Las referencias que habitan en este nuevo álbum son influencias conscientes?
Sí, con Spinetta, la frase “muchacha pequeños pies”, la menciono porque la persona a la que se la escribí y yo escuchábamos mucho esa canción. Uno inevitablemente termina vomitando lo que se mete al cuerpo.
¿Podemos conocerte a través de tus canciones?
Creo que sí. Tal vez hay cosas que me reservo en la vida cotidiana, pero en las canciones está lo más íntimo. A veces me resulta incómodo escucharlas con otras personas: hay líneas que me hacen querer esconderme. Pero esa vulnerabilidad es parte del proceso. Es raro, pero necesario.
Musas en Mí no solo es un álbum; es un viaje íntimo al corazón de Arath Herce, un espacio donde lo personal se vuelve universal y cada canción es un espejo del recuerdo, la emoción y la vulnerabilidad.
Con su sensibilidad veracruzana y su entrega total a la música, Herce invita a los oyentes a habitar su mundo, donde cada Musa encuentra su lugar y cada nota deja huella. En este disco, lo íntimo se convierte en un lenguaje compartido, y lo vivido se transforma en historia que perdura.