Cultura

Un sonido que hermana

Cine

‘El sonido al caer’, de Mascha Schilinski, explora la memoria como una vibración que trasciende generaciones.

Cierto problema filosófico pregunta esto: ¿cuándo algo cae, pero nadie lo escucha, hay sonido? No es tanto un juego intelectual como un programa con el que habría que ver El sonido al caer, de Mascha Schilinski, que se programa en la Muestra Internacional de Cine de la Cineteca Nacional.

No se trata, como podría creerse en modo apurado, de objetos que caen textualmente. La directora insiste estéticamente en los ecos de las paredes en una granja y, más, en los cuerpos de las protagonistas. La vibración es constante y trasciende generaciones.

Lo ha dicho el Goethe-Institut: El sonido al caer reflexiona en torno a la percepción humana, pero no sólo el sonido: cómo lo recordamos. Fílmicamente, es un ejercicio impecable en torno a lo que nos hace seres humanos. El acto de la memoria.

La granja en que sucede la película vibra, quizá, como ese sonido que, en la película Memoria de Apichatpong Weerasethakul, Tilda Swinton no consigue descifrar. Pero aquí, más que un sonido, la vibración dialoga con el tacto y con el paisaje, con la textura del pasto. Para Mascha Schilinski no somos mentes sino cuerpos que vibran. Los traumas del pasado, más que conceptuales, son mediadores de toda experiencia.

La película sucede en una casa rural alemana. Las mujeres que habitan esta finca a lo largo del tiempo perciben algo similar: tensiones familiares, algo realmente ominoso. Difícil encuadrar esta película en una clásica sinopsis pues El sonido al caer se regodea en la sensibilidad femenina de protagonistas que, más que avanzar, en modo típico, entre una generación y la siguiente, habitan cada cual el aquí y ahora con una vibración que nadie parece sentir conscientemente. Así, la historia se mueve entre silencios y deseos que no puede nombrarse, gestos heredados de Persona, de Bergman.

El legado emocional tiene poco que ver con las palabras (otros sonidos): son gestos que producen pequeñas atmósferas que hicieron que, en Cannes, el Premio del Jurado galardonara ex aequo a esta película rara y excepcional. En cuanto a la edición, la película usa el montaje fragmentado. El tiempo no es lineal. Se alude a la memoria, sí, pero no como un registro de eventos, sino, más bien una suerte de collage, de viñetas que apenas producen huellas en el espectador. En tanto partícipes de esta puesta, se nos pide participar en la reconstrucción. No escuchamos, claro, el sonido que nadie escucha se imprime en nuestros ojos. Murmullos. Tal vez por ello, la directora habla de memoria física pues afirma que, para ella, como para tantos místicos, la memoria no está en la mente: está en los huesos, en los nervios y sí, en las paredes de esta casa. En fin, que lo invisible también resuena y consigue dar a la película no sólo un interesante juego que podría criticarse con lente feminista. Yo he preferido seguir la idea de que el silencio y el sonido son formas que en sí mismas resultan existenciales.

El sonido al caer trasciende la magnífica fotografía, la actuación impecable, el montaje atrevido. Y lo dicho, en la tradición de Apichatpong Weerasethakul esta película es algo más que una excepcional pieza fílmica que se proyecta en la Muestra Internacional de Cine número 78 o, después, cuando llegue al streaming. Encontraremos que compartimos, en tanto seres humanos, percepciones que tal vez no sean un sonido en el sentido científico de la palabra, sino algo más, una resonancia que nos une con todos los que han estado aquí, donde estamos y todos los que están por venir.

El sonido al caer

Mascha Schilinski | Alemania, 2025

AQ / MCB

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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.milenio.com/cultura/laberinto
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