Cultura

Una pintura que respira: el paisaje interior de Manel Pujol Baladas

Arte

‘Espacios en movimiento’ reúne tres momentos visuales que recorren la luz, la densidad y el misterio en la obra del artista catalán, discípulo de Dalí, que se presenta dentro del Festival Alfonsino de la UANL.

El corriente que nace desta fuente

bien sé que es tan capaz y tan potente,

aunque es de noche.

San Juan de la Cruz

Espacios en movimiento es una breve muestra del caudaloso trabajo de Manel Pujol Baladas. La curaduría de esta exposición se la debemos al ojo crítico de Sara López, y a la magnífica museografía de Pablo Cuéllar y Eugenia Ramírez. La muestra ha sido dividida en dos momentos, o quizá tres, a lo largo de dos salas de exposición. En la primera, me da por pensar, después de ver y recorrer, que priva la luz. Se trata de una luz melodiosa; diría yo, aterciopelada, casi anotada en un pentagrama. Las claves y llaves aparecen en rojo y amarillo, y el fondo delata pliegues que bien podrían semejar una superficie rielada donde asoma el azul. Pero también nos remite, esta rugosidad cuadriculada, a la tosquedad de los elementos que nos rodean en la vida diaria y que, tratándose de cajas y cartones, se antojan lejos del reino de la belleza, cuando, en realidad, forman parte de ella. Pero esto ocurre abajo, con la complicidad de los verdes como islas o archipiélagos. Arriba, sobre una línea quebrada del horizonte, está una nubosidad que delata un cielo que se adivina tras las grandes expresiones que flotan sobre un campo parcelado, en su aparente coartada de reposo. Hay una cadencia musical en todo esto. Un dorado que aparece y se difumina como una pátina en el cuadro. Pero, contra lo que canta el poeta italiano Salvatore Quasimodo (aquello de: “y de pronto anochece”), en un recodo nos sobrecoge el amanecer, y la sensación que el milagro exige. Hay un cielo a lo lejos, unas nubes más cerca, las suaves colinas y un pronunciado fulgor que acaba en un río que bien puede tratarse del Escamandro, por aquello del rojo, atravesando una accidentada llanura. Cuando Alejandro, en el soneto de Alfonso Reyes, abrazó a Helena, creyó vislumbrar en sus ojos el Escamandro “rojo de sangre y encendido en llamas”. Pero esto es locura, una mera interpretación. El cuadro está allí, y lo que nos pasma es la pintura, la fuerza de su resolución.

Andando de aquí para allá, a lo largo de las salas, me asalta la sospecha de que quizá se trate de paisajes. Esto me lleva a pensar que estoy ante un abstracto figurativo, lleno de volúmenes, de cuerpos, de texturas, siluetas, corporeidades, que vienen a profundizar el abismo, y abrir, de manera desmesurada, el cielo. Lo que contemplo en los cuadros de Pujol Baladas son cuerpos, titilaciones, sistemas nerviosos, tejidos fibrosos, organismos, que se evaden, a la vez, que se presentan. Sí, creo que estoy ante un abstracto figurativo donde el mundo y sus potestades han plantado su huella.

Exposición de Manel Pujol Baladas
La exposición se encuentra en el Colegio Civil Centro Cultural Universitario. (Foto: Yamin Martínez)

En el segundo momento se muestran superficies todavía más pronunciadas. La nubosidad que, al ocultar, delataba un universo, se ha vuelto neblina. El gris se convierte en metal y, entre la dureza alcanzada, se perciben jirones morados que nos muestran otra luz. El objeto ya es sujeto que crece y alcanza a dominar la superficie del cuadro. El Rojo y negro, de Stendhal, aparece; es decir, el amor. Y con el amor, el torrente de lo oscuro, sus entretelas y huellas, sus entrañas, que son —a todas luces— brillantes. Hay un rojo aquí, y un rojo allá, como si se tratara de una cartografía de la intimidad en plena ebullición. Pero también aparecen contornos, nervaduras, que obligan a un movimiento decididamente dramático. Pareciera que el sentido de la vista diera paso al del tacto. Tocamos lo que vemos, y la materia no deja de moverse. Es un mar denso y pesado, donde los blancos acentúan el fardo que nos pesa en la pupila, ya que son como lingotes o el proíz de los muelles donde se atan los barcos. Los trazos son —decididamente— enérgicos, y las consecuencias también. Comenzamos en el reino del aire y de la luz. Atestiguamos un paisaje interior, una realidad iluminada por la inteligencia y la belleza. Seguimos con la belleza, pero ésta, —a todas luces caprichosa–, ha decidido ponerse en guardia y cerrar el párpado del día.

Exposición de Manel Pujol Baladas
Obra de Pujol Baladas en la muestra ‘Espacios en movimiento’. (Foto: Yamin Martínez)

El tercer momento, de esta música de las esferas, se va recargando de oscuridad y destellos; de más oscuridad, y menos destellos, de una profundidad que descansa en la superficie del límite, de una frontera que, como un hoyo negro, atrae, succiona la mirada. Grosso modo, en esta línea narrativa propuesta por los galeristas, vamos de una pieza tensa, de gran apertura y mucho aire, a otra, sólida, densa, de gran misterio. La oscuridad nos permite apreciar aquello que la demasiada luz no nos deja ver. La fuerza está en ese movimiento, en ese mar detenido, que nos provoca, pero también acecha. No sabemos exactamente qué espera cada cuadro de nosotros; pero, pasado un tiempo de estar frente a él, lo empezamos a intuir, y eso, que no podemos verbalizar, pero sí contemplar, nos fascina y, a la vez, nos suspende. Nos introduce a la pintura, al inagotable territorio interior que, siendo interior —paradójicamente—, está ahí, frente a nosotros, colgado, en la mampara.

Exposición de Manel Pujol Baladas
'Espacios en movimiento' fue inaugurada en mayo de este año. (Foto: Yamin Martínez)

Espacios en movimiento. El dinamismo artístico de M. Pujol Baladas. Colegio Civil Centro Cultural Universitario. Festival Alfonsino 2025. Monterrey. La exposición estará abierta hasta finales de septiembre. Universidad Autónoma de Nuevo León.

AQ

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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.milenio.com/cultura/laberinto
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