Cultura
  • Ruth Asawa, la artista del alambre y la memoria

  • Arte

Aspectos de la retrospectiva de Ruth Asawa en el Museo de Arte Moderno de San Francisco. (Cortesía)

Una retrospectiva en el Museo de Arte Moderno de San Francisco redescubre la vida y la obra de esta escultora japonesa-estadunidense cuya técnica nació en un viaje a México.

El Museo de Arte Moderno de San Francisco rinde homenaje a una de sus ciudadanas más ilustres, la artista Ruth Asawa, (1926-2013), quien aprendió a dibujar en un campo de concentración para japoneses-americanos en California durante la II Guerra Mundial, y la técnica para tejer con alambre, que le sirvió para crear sus famosas “esculturas flotantes”, en un viaje iniciático a México en 1947, con una gran retrospectiva de su vida y obra; unas trescientas piezas que ocupan catorce salas del cuarto piso de este hermoso recinto que es el “SFMoma”.

Apenas el espacio para abarcar la summa de esta mujer extraordinaria por donde se vea, una de las escultoras más innovadoras e influyentes del arte moderno, aunque durante décadas su obra fue relegada al subgénero de “artesanía” o “arte ornamental”; fue también esposa durante 60 años, madre de seis hijos, abuela de diez nietos, educadora artística, activista cívica, militante de las causas de esta ciudad californiana, con la que tuvo una profunda conexión.

Realizó también obra para espacios públicos (“public commissions”), en su mayoría fuentes (“the fountain lady”, le apodaban aquí), diseminada por toda la urbe; varias de estas “comisiones” han quedado como símbolos de San Francisco, por ejemplo “Andrea”, la fuente de las sirenas, en la céntrica plaza Ghirardelli; “Aurora”, un gran aro metálico con formas de origami, en la zona del Embarcadero; o la “San Francisco Fountain”, en la escalinata del hotel Hyatt, en Union Square. Todo eso, y mucho más - pintura al óleo, dibujo en tinta, grabado, litografía - realizó Ruth, enferma de lupus desde 1985, un padecimiento debilitante, pero que a nuestra artista le hizo “los mandados”.

Entre 1942 y 1945, Ruth vivió la experiencia de los “campos de reubicación” que el gobierno de EU instaló para concentrar a los japoneses-americanos, convertidos en enemigos potenciales del “tío Sam” tras el ataque nipón a Pearl Harbour. Diez “campos” por todo el Oeste del país, 120 mil japoneses ahí encerrados, en condiciones brutales; Ruth y su familia de cinco hermanos, fueron a dar, primero, los establos de un hipódromo en Santa Anita, California, y luego un “campo de reubicación”, en Arkansas. Por el lado positivo, hay que decir que en el establo de Santa Anita, Ruth aprendió a dibujar con sus vecinos de barraca, ilustradores de la compañía “Walt Disney”, y encontró así su vocación artística.

Se le reconoce hoy por sus esculturas de alambre tejido, una técnica que aprendió de las artesanas del estado de México, mientras trabajaba como profesora de arte voluntaria para los “quaqueros” del Comité de Servicio de los Amigos Americanos, en el verano de 1947. Ya había estado en México un año antes, con su hermana Lois, un verano de estudios en la UNAM y en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado.

La cestería mexicana, que prescinde de ganchos y agujas, dejó huella en Ruth; aquellas cestas en forma de gallina para transportar huevos que vio, y aprendió a “tejer en los mercados de Toluca, fueron el principio de su estilo de entrelazado.

Tras el fin de la Segunda Guerra, y de su vida en el “campo de reubicación”, estudió para maestra de arte en Milwaukee, ciudad donde expuso sus primeros dibujos en tinta, pero no pudo titularse por su “etnicidad” japonesa, pero se le presenta la oportunidad de unirse al “Black Mountain College” (Carolina del Norte), escuela “experimental” de las artes, incubadora de famosos artistas del “avant garde” del siglo XX en Estados Unidos, léase Robert Rauschenberg, Cy Twobly, Willem de Kooning, Merce Cunningham, John Cage…

Ahí, Ruth conoció a tres personas importantes en su vida: Albert Lanier, estudiante de arquitectura, quien sería su esposo por más de 60 años; y la pareja formada por el gran pintor y pedagogo alemán Josef Albers, y su esposa y alumna en la escuela Bauhaus de Dassau, Annie Albers, judía nacida Fleischmann, artista del textil. Los Albers emigraron a Estados Unidos en 1933, tras la llegada de Adolfo Hitler al poder; viajaron a México, se apasionaron por la cultura del país, que visitaron en múltiples ocasiones.

Con ellos coincidió la joven Ruth Asawa en aquel viaje a México, en 1947 ; la joven estudiante conoció así los murales de Diego Rivera, y en la “Casa Azul”, al propio Diego y su esposa, Frida Khalo. Ella misma escribe como México la deslumbró con sus colores y su antigua cultura. (Tomo estos datos, y todos los demás, de los textos del excelente catálogo de la exposición, editado por Janet Bishop y Cara Manes).

En recuerdo a ese viaje a México, Ruth obsequió a Annie Albers, en la navidad de 1947, una canastilla de alambre en forma de gallina, típicamente “mexicana”, de su autoría. Otra muy parecida, que Ruth hizo años más tarde, en 1960, se encuentra en la ciudad de México, en la colección de la antropóloga Marta Turok.

Fue en la década de los años ‘50 cuando Ruth encontró su estilo de escultura, bucles de alambre firmemente entrelazados, que forman estructuras orgánicas y translúcidas, “geometrías transparentes”, como lo definía ella.

Ruth Asawa en el Museo de Arte Moderno de San Francisco
Obra de Ruth Asawa en el Museo de Arte Moderno de San Francisco. (Cortesía)

Esta técnica, la misma que aprendió en México, siempre anclada en la monocromía y la simpleza del alambre, le permitió realizar sus famosas loop sculptures (esculturas tipo bucle), así como aquellas de alambre amarrado en formas de árboles, telarañas, alas de mariposa, arrecifes de coral o mandalas. Este entrelazado le dio posibilidad de generar estructuras livianas, que permiten transparencias y producen interesantes sombras proyectadas en el muro y en el suelo. La presencia de la línea permanece, la relación de estas esculturas con el dibujo es directa. “Dádme un alambre y moveré al mundo”, se dijo Ruth, y así lo hizo.

A partir de los años cincuenta Ruth empezó a abrirse camino en el mundo del arte, pero su nueva forma escultórica tridimensional, que daba vida a sus dibujos, fue incomprendida. Los críticos recibieron aquellas formas metálicas con frialdad. Por ejemplo, Art News alegaba que eran esculturas domésticas femeninas, hechas a mano, ideales para la decoración del hogar. En el mismo sentido se expresó la crítica del New York Times, Dore Ashton en 1956:

"Son hermosas, aunque principalmente sean objetos decorativos en el espacio". Se le arrinconó así en la subcategoría de los “artesanos”.

Ruth Asawa
Vista de la retrospectiva dedicada a Ruth Asawa. (Cortesía)

Pero el tiempo ha dado la razón a Asawa, hoy considerada una artista excepcional, con su obra en las colecciones de los mayores museos, galerías y coleccionistas del mundo. Sus “esculturas flotantes” se pueden aproximar a los “móviles” de Calder o de Miró, pero “de lejitos”, porque Ruth es absolutamente única y original.

El recorrido de la exposición es fascinante: las esculturas, colgadas de alambres, parecen levitar en el espacio, un bosque de metal. Enjambres ondulantes que desafían las nociones tradicionales de forma y espacio. Todo es etéreo, sutil, de un refinamiento japonés, el arte del origami llevado a otro plano. Ninguna de las esculturas lleva título, pero la descripción de una de ellas, de 1955, y propiedad del Moma de Nueva York, sirve para dar cuenta de lo intrincado y trabajoso que es el “método Asawa”, por así llamarlo: “Hanging Eight Lobed, Four -Part, Discontinuous Surface Form within a Form with Spheres in the Seventh and Eight Lobes”.

La retrospectiva ilustra también otras facetas de esta artista total: óleos, acrílicos, dibujos en tinta, grabados, estampados, litografías. Muestra también algunos de los más de 600 moldes en yeso que Ruth realizó al rostro de igual número de personas. Se reconstruye el salón de estar en su casa, en Noa Valley, donde criaba a sus seis hijos, mientras “tejía” sus esculturas. Se centra asimismo en su infatigable labor en la esfera pública, como la “dama de las fuentes” de San Francisco; su militancia por las mejores causas de su ciudad; su compromiso con la enseñanza del arte a los niños – ayudó a fundar en 1982 una “art school” que desde 2010 lleva su nombre. Y pensar que todo esto empezó con la cesta en forma de gallina que Ruth aprendió a tejer en un mercado de Toluca, hace casi 80 años. La exposición termina el 2 de septiembre. si viene por estos rumbos, ¡no se la pierda!

AQ

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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.milenio.com/cultura/laberinto
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