El 19 de septiembre de 1985, a las 7:19 horas, Pablo Miranda Fraga, entonces cirujano general del Hospital Juárez, fue testigo directo del derrumbe de la Torre de Hospitalización.
Se encontraba parado cerca del claustro, a pocos metros de distancia, y desde ahí vio desplomarse el edificio de la vieja sede que albergaba cinco salas de hospitalización y los quirófanos ubicados en el onceavo nivel.
Se salvó por efectuar un trámite
Nacido en 1944, en la Ciudad de México, Pablo se formó como cirujano general en una época en la que la disciplina exigía temple y largas jornadas en el quirófano.
Su fortaleza de carácter lo marcaría para siempre cuando, a los 41 años, enfrentó el derrumbe del Hospital Juárez, sede histórica construida en 1847 como un centro de atención de los soldados heridos de la guerra.
"A las 7:19 empezó a caerse el edificio y entonces yo al verlo caer, corrí hacia el Claustro de San Pablo donde las trepidaciones no permitían a uno estar de pie.
"Una parte se derrumbó en el sitio, otra se desplazó hacia un lado y la otra se cayó totalmente", recordó el médico sobreviviente del terremoto de 1985 que tuvo una magnitud de 8.1 grados en la escala de Richter.
Ese día, Miranda Fraga debía subir a la torre de hospitalización, pero un trámite lo detuvo justo cuando pasaba por el Claustro de San Pablo (construido en el Siglo XVI), una coincidencia que le salvó la vida.
"Sí, claro que me salvé por ese trámite, porque nosotros teníamos que estar en el área de hospitalización, en cirugía, y todo eso se derrumbó", relató.
Su bata blanca quedó teñida de polvo anaranjado mientras los gritos se mezclaban con el estruendo de los muros y el silencio de quienes no sobrevivieron.
"Se siente una impotencia tremenda, porque no puede uno hacer nada, imagínese. Fue realmente grave. Murió mucha gente, más de 700 o mil personas, entre pacientes, familiares, médicos, enfermeras, estudiantes, maestros, alumnos, todos".
En medio de la confusión, él y otros médicos buscaban salvar vidas en condiciones imposibles.
"Estábamos esperando a que sacaran de los escombros los cuerpos prensados, de colegas y de pacientes. Queríamos rescatar aparatos para continuar, pero muchos de mis compañeros estaban muy lesionados, algunos apenas podían moverse.
"No teníamos cómo levantar aquellas losas ni cómo liberar a los que habían quedado atrapados. Ver a los tuyos heridos y no poder ayudarlos es algo que no se olvida nunca".

Los niños del sismo: ¿Cómo los ayudó?
En medio de la devastación apareció un resquicio de vida.
"Llegaron las enfermeras y me dijeron que había muchos niños que estaban en el sexto piso. Estaban en el piso a nivel de calle, como si nada más los hubieran bajado con las manos, llenos de material de ladrillo, pero llorando y bastante sanos. Y esos niños son los famosos niños del sismo".
Miranda Fraga junto con su entonces esposa e hijas se sumaron al voluntariado del hospital y se dieron a la tarea de apoyarlos durante su crecimiento.
"Ayudamos a que esos niños consiguieran escuelas y estudios. Actualmente muchos de ellos viven. Mis hijas siguen teniendo contacto con ellos".
Durante años, los acompañaron en cada etapa.
"Conseguimos becas en escuelas privadas. Hubo una futbolista, por ejemplo, que salió de ahí. A un niño que perdió una pierna también lo seguimos viendo.
"Salieron un buen número, pero solo 11 fueron los que pudimos seguir durante 18 años. Recuerdo cuando les hicimos fiestas de 15 años".
El vínculo fue tan cercano que costó trabajo despedirse.
"Yo les dije: 'Oigan, yo creo que ahora sí ya deben estar por sí mismos'. Pero mis hijas y mi ex esposa lo siguen viendo. Ellas nunca los soltaron".

Su familia lo creyó muerto mientras ayudaba en la emergencia
Mientras él permanecía en el hospital atendiendo la emergencia, su familia pensaba que había muerto.
"Yo le hablé a mi mujer y le dije: 'Fíjate que me voy a quedar aquí en el hospital. No sé cómo vaya a estar la cosa, pero hay que ayudar'. Me quedé jueves, viernes y sábado. Hasta el sábado en la noche salí".
Sus hijas, entonces pequeñas, vivieron la angustia.
"Mis hijas decían que yo me había muerto. Y aunque logré comunicarme por teléfono con mi entonces esposa, mis hijas insistían, 'mi papá no viene, ¿por qué no viene mi papá? ¿Está muerto?' Yo estaba tratando de ayudar".
Años después, Miranda Fraga llegó a ocupar la dirección general del ahora llamado Hospital Juárez de México. Desde esa responsabilidad fue testigo de la reconstrucción institucional tras el sismo y de la necesidad de fortalecer la enseñanza y la práctica clínica en un nuevo entorno.
Impulsó la integración de servicios y la modernización de áreas clave, con la memoria viva de lo que había significado perder colegas, pacientes y un edificio histórico.
La mudanza del hospital a su nueva sede en la colonia Magdalena de las Salinas representó un parteaguas. Los médicos, personal de enfermería y administrativos tuvieron que adaptarse a instalaciones modernas y a una dinámica diferente, lejos de la vieja sede del Centro Histórico que se había derrumbado.
Para Miranda Fraga, ese traslado fue también un símbolo de resiliencia, dejar atrás los escombros para darle al Hospital Juárez una nueva oportunidad de vida.
¿Cómo vivió el sismo de 2017?
Luego, 32 años después, el 19 de septiembre de 2017, a las 13:14 horas, un nuevo sismo de magnitud 7.1 volvió a sacudir la Ciudad de México. Esta vez, Miranda Fraga estaba en el quirófano.
"Estábamos operando cuando comenzó a temblar. La opción, más lógica, en ese momento, fue salirnos del quirófano. Ya se había demostrado que es preferible dejar al paciente con los automáticos y nosotros tratar de salvarnos, porque salvamos más vida estando vivos que muertos".
Con la experiencia de 1985, entendió que el instinto debía ser distinto.
"El anestesiólogo vale más estando vivo que habiéndose quedado con el paciente que se apachurró cuando se cayó. Igual el cirujano, igual las enfermeras, igual todo mundo. Y los aparatos, si no se cayeron, mantienen al paciente vivo, respirando y todo".
Lo que más lo impactó en 2017 no fue el temblor, sino la reacción colectiva.
"Me da impresión cómo se pone la gente alrededor, entre gritos y llantos, y corriendo y todo".
Los brotes de pánico son más peligrosos, dijo, que la emergencia misma. Siempre es mejor mantener la calma y pensar, que salir corriendo sin rumbo.

Lecciones de vida: "Lo más importante no es el miedo, sino la solidaridad"
Haber sobrevivido a los dos terremotos más devastadores de la Ciudad de México dejó en él una certeza inquebrantable.
"Estoy convencido de que no me voy a morir la víspera. Ya no me da miedo, porque me va a tocar el día que Diosito diga. Yo sí creo en Dios todavía".
Su testimonio, aclaró, no busca protagonismo ni reconocimiento.
"Estas son mis vivencias exclusivamente. Esto es totalmente lo que sentí, lo que pasó, lo que me acuerdo. Y lo digo con toda sinceridad".
Casi cuatro décadas después, las imágenes siguen vivas en su memoria, como esa bata cubierta de polvo anaranjado, cuerpos retirados de los escombros y los llantos de los niños que sobrevivieron.
"Esa es la verdad: la vida se abre paso incluso cuando parece que todo se derrumba".
En su relato, Miranda Fraga dejó una reflexión dirigida a las nuevas generaciones de médicos y a la sociedad en general.
"Lo más importante en una tragedia no es el miedo, sino la solidaridad. Eso es lo que nos mueve a los médicos y lo que debe mover a todos: pensar primero en ayudar, porque la vida siempre vale la pena".
ksh