El 19 de septiembre de 1985, el edificio Nuevo León, en Tlatelolco, se derrumbó como si la tierra hubiera decidido tragarse a cientos de familias de un solo bocado. Entre los miles de gritos que desgarraban la ciudad, uno quedó sepultado durante cinco días: el de Rebeca Orozco.
Así atrapó el sismo a Rebeca y Óscar
Rebeca vivía en el primer piso con Óscar, su ex esposo, cuando el sismo de 8.1 grados los sorprendió, no tuvieron tiempo de reaccionar: las losas, vidrios y muebles los empujaron hasta el sótano.
Allí quedaron atrapados, fundidos en un abrazo que se volvió cadena de supervivencia. Óscar perdió el brazo bajo el peso de los escombros; ella, el sentido del tiempo.
La oscuridad era absoluta. El aire, escaso. El silencio de los muertos empezó a reemplazar los gritos de auxilio. Rebeca recuerda pensar que estaba en el infierno, pero en un infierno donde todavía se podía sentir dolor.

¿Cuáles fueron los daños que dejó el derrumbe?
El Nuevo León se convirtió en símbolo de la tragedia: quince pisos levantados como monumento al progreso, derrumbados en segundos como prueba de la fragilidad humana.
De sus 288 departamentos, 192 quedaron reducidos a ruina. Más de 800 personas atrapadas. Entre 200 y 468 cuerpos rescatados, según las cifras que todavía hoy se discuten.
Para Rebeca, el tiempo se midió de otra manera: en segundos eternos, en respiraciones cortadas, en la espera cruel de un sonido que confirmara que alguien los buscaba.

Sobrevivió, pero no salió ilesa: así fue el rescate
Hasta que ocurrió: los ladridos de un perro alertaron a los rescatistas. Una cámara con luz fue introducida entre las grietas y, por primera vez en cinco días, la oscuridad cedió. Allí estaban: ella con la mirada deshecha, él con el cuerpo roto, pero vivos.
El rescate fue televisado, convertido en espectáculo de resistencia. Primero salió Óscar, mutilado y exhausto. Después Rebeca, cargada en brazos por un rescatista suizo que la sacó de entre las piedras.
Cuando vio el cielo azul, pensó que por fin había despertado de la pesadilla. No sabía entonces que la loza que la había oprimido le dejaría una secuela para siempre en la cadera.

Las secuelas del sismo: un episodio que no desaparece
Han pasado cuarenta años desde aquella mañana en la que la Ciudad de México se dobló, pero no se rompió. Para Rebeca, el recuerdo no es memoria: es herida abierta. Habla de esos días y vuelve a vivirlos, porque hay infiernos de los que uno escapa, pero nunca se termina de salir.
El edificio Nuevo León ya no existe, pero su fantasma todavía pesa sobre Tlatelolco. Y en cada aniversario, cuando la ciudad entera se detiene a recordar, la voz de Rebeca confirma lo que siempre supo desde aquella oscuridad: que sobrevivir no siempre es sinónimo de salir ileso.


ksh