En la línea de tiempo de la vida de Miguel Hidalgo y Costilla en Guanajuato se escribe una historia que no está en los libros. Se trata de su lado humano, donde Guanajuato capital es clave, además de ser uno de sus lugares favoritos.
En ese entonces, era una de las ciudades más ricas de la Nueva España y de las principales en extracción de plata.

Miguel Hidalgo acudía constantemente para hacer fiestas, siendo un amante del arte y la lectura, de las buenas conversaciones y un asiduo a los juegos de azar, contó el cronista de la capital guanajuatense, José Eduardo Vidaurri Aréchiga.
Platicó el cronista
“Hidalgo tocaba muy bien el violín, montaba a caballo, tenía buena conversación, le gustaba la música, el teatro y venía mucho a Guanajuato”.
Ahí tenía varios amigos, entre ellos al intendente Juan Antonio de Riaño y Bárcena, con quien al final se enemistó y a quien le escribió las cartas de intimación: una para pedirle que se rinda antes de tomar la Alhóndiga de Granaditas el 28 de septiembre de 1810.

La otra misiva era para darle la oportunidad de salvarse junto a su familia, pues la esposa del entonces militar, Victoria Saint-Maxent (hija de franceses), recibía a Hidalgo en su vivienda de El Campanero, número actual ocho, donde hacían tertulias; el sacerdote tocaba el violín y jugaba baraja, además de que gustaba leer y practicar su francés.
Esta vivienda, donde dio sus mejores pasos el cura Hidalgo, queda frente al Tecolote —hoy un callejón—; por ahí fue el camino por donde en 1810 entró en armas a la ciudad. En el presente, está pintada con dos colores y su fachada tiene marcadas las huellas del tiempo. Su piso, el mismo por el que pasó Hidalgo para bailar o tocar el violín, se aprecia con un mosaico colorido, quizá de aquella época.
La amistad con Juan Antonio de Riaño y Bárcena comenzó en Michoacán, donde era intendente, pero fue cambiado a Guanajuato desde 1792, año desde el que se tiene registro de que el cura inició sus visitas a la ciudad, a donde acudía quizá tres veces por año y luego con estancias de varios días.
En la capital hay muchas casas a las que el cura Miguel Hidalgo acudió en vida a disfrutar de sus amistades durante 18 años antes de que estallara la guerra.
Una de ellas es la del cura Antonio Labarrieta, donde se quedaba a dormir cuando visitaba la capital.

A unos pasos también estaba la casa de la familia de Lucas Alamán, a quienes frecuentaba por igual, en lo que antes se conocía como el Camino Real, que ahora se llama Plaza de la Paz y se prolonga a la calle Sopeña, uno de los lugares más concurridos por el turismo en la actualidad.
Hidalgo gustaba de asistir a tertulias en estas casonas, en las que convivía con sus amigos.
José Eduardo Vidaurri Aréchiga
“Miguel Hidalgo, como iba a todas las fiestas a las que lo invitaban, pues sabía que existía esa conspiración, pero decía: yo no me meto en esas cosas. Pero tenía conciencia de que tarde que temprano iba a terminar involucrado”.
Las fincas en la actualidad siguen de pie y forman parte de la colorida postal que conforma la Ciudad Patrimonio de la Humanidad, que es la capital. Son elegantes, de dos pisos. Son inmuebles que, con el paso del tiempo, reflejan que en su apogeo pertenecieron a personajes ilustres y reconocidos.
La capital terminó siendo una ciudad en la que disfrutó de su vida personal y se convirtió en el escenario de la primera batalla por la Independencia de México: la toma de la Alhóndiga de Granaditas, el 28 de septiembre de 1810.
Además, fue la localidad en la que, tras su muerte, su cabeza fue exhibida en la Plaza Mayor, colgada en una de las esquinas de la Alhóndiga y enterrada en el histórico panteón de San Sebastián, de donde fue exhumada para trasladarla a la Ciudad de México.
Sus días de conflicto en la capital
Cuando Miguel Hidalgo estaba a punto de irrumpir en Guanajuato capital, un día antes, el 27 de septiembre, llegó con su ejército a la Ex Hacienda de Burras, propiedad del Marqués de Rayas, que ahora es la comunidad de San José de Llanos.
Ahí escribió dos cartas de intimación a Juan Antonio de Riaño y Bárcena: una para que depusiera las armas y darle a conocer su nombramiento militar, cuyo propósito era proclamar la independencia y la libertad de la nación; la otra para ofrecerle protección y asilo a él y a su familia.
En la carta confidencial decía: “Muy señor mío: la estimación que siempre he manifestado a usted es sincera, y la creo debida a las grandes cualidades que lo adornan.
La diferencia en el modo de pensar no la debe disminuir. Usted seguirá lo que le parezca más justo y prudente, sin que esto acarree perjuicio a su familia. Nos batiremos como enemigos si así se determinare; pero desde luego ofrezco a la señora intendenta un asilo y protección decidida en cualquiera lugar que elija para su residencia, en atención a las enfermedades que padece.
Esta oferta no nace de temor, sino de una sensibilidad de la que no puedo desprenderme. Dios guarde a usted muchos años, como desea su atento servidor, que su mano besa”.
La carta oficial o de intimación refería la nueva encomienda de quien fuera su amigo:
José Eduardo Vidaurri Aréchiga
“El numeroso ejército que comando me eligió por capitán general y protector de la nación en los campos de Celaya.La misma ciudad, a presencia de cincuenta mil hombres, ratificó esta elección, que han hecho todos los lugares por donde he pasado: lo que dará a conocer a vuestra señoría que estoy legítimamente autorizado por mi nación para los proyectos benéficos que me han parecido necesarios a su favor".
"Si por el contrario no accedieren a esta solicitud, aplicaré todas las fuerzas y ardides para destruirlos, sin que les quede esperanza de cuartel. Dios guarde a vuestra señoría muchos años, como desea su atento servidor".
Firma: Miguel Hidalgo y Costilla, capitán general de América.
Las cartas las escribió debajo de un árbol sauce blanco, el cual aún está de pie en la comunidad de San José de Llanos y que ahora tiene 280 años.
El sauce es enorme, con una anchura del tronco de unos cuatro metros, pero está en el abandono y ha sobrevivido de milagro, pues sus ramas tienen huellas de corte y del descuido de los pobladores.

Las cartas las envió a las 4 de la mañana a Riaño; a las 9:00 el intendente las leyó y acto seguido rechazó la propuesta. Fue cuando Hidalgo se topó con el mensajero y entró a tomar la Alhóndiga.
Acompañado por unos 40 mil insurgentes, el cura Hidalgo entró a la Capital a caballo por la calle del Tecolote, bajando por El Cantador e ingresando por lo que era el Camino Real, ahora Sopeña. Otro contingente entró por la zona norte.
En las Casas Consistoriales (actual presidencia) llegó a la cárcel, donde liberó a 30 presos para que se sumaran a su lucha.
Ahí Miguel Hidalgo encontró en pésimas condiciones a los arrestados, ya que la cárcel de Guanajuato era una de las más crueles de ese tiempo.
En el presente, esa parte del inmueble conserva el ambiente húmedo; sus paredes lucen antiguas, aun con la pintura moderna. En el piso quedó la huella del sitio donde estaban las escaleras que conducían a los calabozos.
Toman la Alhóndiga de Granaditas
El ejército del sacerdote avanzó rumbo a la Alhóndiga de Granaditas, hoy uno de los principales museos de Guanajuato y del país.
Ahí se tuvo la irrupción de El Pípila, que quemó la puerta para que los insurgentes ingresaran.
El primero en morir, atrincherado con decenas de realistas al interior del granero, fue Juan Antonio de Riaño y Bárcena. Murió de un balazo en la cara al primer minuto del enfrentamiento.
La batalla comenzó a la 1:00 p. m. y culminó a las 5:00 p. m.
Tras este triunfo, Miguel Hidalgo se quedó en la ciudad hasta el 9 de octubre. Los primeros días los ocupó tratando de poner orden en la ciudad, de calmar la euforia de los insurgentes ganadores, que se dedicaron a saquear y cometer algunas violaciones contra ciudadanas, entre otros desmanes.
En ese tiempo, el cura se instaló en el edificio de San Pedro, desde el cual operaba y que convirtió en su cuartel.

El 8 de octubre llegó al cuartel un retratista, Francisco Incháuregui, quien pintó a Miguel Hidalgo en su último día en la Capital. De esta obra, Juan Nepomuceno Herrera, artista leonés, hizo una copia que hasta la fecha prevalece.
Regresan sus restos
Tras su fusilamiento y decapitación en Chihuahua, la cabeza de Miguel Hidalgo llegó a Guanajuato. Se exhibió en la Plaza de la Paz, en la misma Plaza Mayor, en la que disfrutaba de los amaneceres al quedarse a dormir en la casa de su amigo y también sacerdote Antonio Labarrieta, cuya enorme finca estaba ahí.
El 14 de octubre de 1811 llegó su cabeza a la capital, junto con las de Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Jiménez. Fueron exhibidas en la plaza, donde se colocó un templete y una horca, con el objetivo de infundir miedo entre los ciudadanos para que no se levantaran en armas nuevamente.
Esta plaza, ahora Plaza de la Paz, es un espacio lleno de color en el que miles de personas diariamente pasan y se toman fotografías.

Posteriormente, se decidió colgar las cabezas en cada esquina de la Alhóndiga de Granaditas, donde permanecieron durante 10 años. La de Hidalgo quedó en la esquina con la calle 28 de Septiembre y Mendizábal, donde hasta hoy se ve una réplica del gancho en el que se dejó y encima una placa con el imborrable apellido: Hidalgo.
Tras esos 10 años, el 28 de marzo de 1821, se ordenó descolgarlas y enviarlas al panteón de San Sebastián, en donde permanecieron por alrededor de 2 años.
José Eduardo Vidaurri Aréchiga
“Se cumplen 202 años de que estuvo por última vez aquí su cabeza, estaba enterrada aquí en el panteón de San Sebastián”, narró Vidaurri.
Lo exhuman para rendirle honores
El 19 de julio de 1823 el Soberano Congreso Constituyente declaró a los caudillos héroes beneméritos de la patria. El 1 de septiembre se exhumaron las cabezas, colocaron los cráneos en unas lujosas cajas y les celebraron una misa en la Basílica Colegiata de Nuestra Señora de Guanajuato con todos los honores.

Posteriormente, los llevaron en procesión a la Hacienda de Burras y, de forma simbólica, hicieron el recorrido rumbo a la Ciudad de México, donde hoy descansan los restos del hoy reconocido Padre de la Patria.