El abuso formó parte de su vida desde temprana edad. Alma, de origen wixárika, fue víctima de diversos tipos de violencia por parte de sus padres y ex parejas, pero hace tres años puso freno total al maltrato físico y psicológico, y hoy ayuda a otras mujeres a generar sus propios ingresos.
“Yo fui víctima de violencia desde mi niñez, desde la infancia de con mis padres fui abusada y ahora por parte de mi pareja…Mi mamá lo sabía y los dos me pegaban y mi padrastro me violó”, narró.
Alma Edith López Serio nació en la comunidad wixárika de San Sebastián Teponahuaxtlán, en el municipio de Mezquitic, en el norte de Jalisco. Cansada de los abusos de sus padres, huyó de casa a los 16 años y radicó en Nayarit en una propiedad de su familia; para subsistir, trabajó como empleada doméstica.
El gusto le duró poco, pues su mamá la encontró y tuvo que regresar con ella a la comunidad de San Sebastián, donde la casó a la fuerza con un hombre mayor.
“Yo tenía 17 años y el señor tenía 30 años, yo no lo conocía”, relató Alma, quien admite que ella tomó la decisión de separarse 10 años después, tras procrear cuatro hijos, porque, aunque su esposo era buena persona, ella no lo amaba.
Busca que su hija crezca lejos de la violencia
Luego de separarse y con cuatro hijos que mantener, Alma obtuvo un trabajo como promotora de proyectos de huertos de hortaliza en la Comisión Estatal Indígena.
Solo estuvo ahí un año, pues el sueldo era bajo y no le proporcionaban viáticos para los traslados a las comunidades indígenas. “Tenía que irme de raite y era muy peligroso”.
La necesidad de mantener a sus hijos la llevó después a postularse para ser Policía Municipal de Mezquitic.
“Fui la primera mujer wixárika en la policía municipal”; sin embargo, Alma volvió a ser víctima de la violencia, pero ahora de su propio jefe.
“El mismo director me manoseaba, me decía cosas, entonces yo quería seguir trabajando ahí, pero una de tantas que me decía y yo no quería”.
Sin pensarlo más, la mujer de entonces 33 años abandonó la corporación y meses después obtuvo el trabajo de policía custodia en la Policía de Jalisco en el Penal de Puente Grande.
Fue durante su gestión como policía que conoció a su segundo esposo, quien era militar del Ejército mexicano. En esa relación, Alma se convirtió en madre de nuevo y también entró otra vez al círculo de la violencia.
“No llegó a golpearme, pero los empujones, todo eso. Lo aguanté 10 años. Me gritaba, me sobajaba mucho, se burlaba de mí, se acostaba con otras mujeres, tomaba mucho y nos gritaba a las dos”.
Hace tres años Alma se separó de su segundo esposo y asegura que en esta ocasión su principal motivación fue darle a su hija pequeña una vida libre de violencia, pues la menor de entonces seis años ya se daba cuenta del maltrato que su papá ejercía contra su madre. “Me fue peor y ya tengo tres años como madre soltera porque yo ya no quiero seguir así”.
Rescatada por las artesanías y gastronomía wixárika
A sus 52 años, Alma debe sacar adelante a su hija de ahora nueve años, pero ya no como policía, sino como artesana. Hace casi tres años que vende aretes, pulseras, collares y anillos hechos de chaquira y miyuki.
La mujer oferta su arte en Plaza Las Américas, en el Centro de Zapopan, donde también participa en exposiciones gastronómicas para ofrecer la comida tradicional wixárika, como flor de calabaza, champiñones, huitlacoche y tortillas de maíz azul.
Al principio, exponía su mercancía en el piso de la plaza; una simple sábana funcionaba como su anaquel, pero un día se animó a acercarse con el presidente municipal Juan José Frangie y le pidió un lugar más digno.
Fue así como el ayuntamiento les otorgó módulos fijos que son compartidos entre los miembros de la comunidad: "A mí me entregaron cinco módulos y entonces yo las voy rolando a todos de igual manera, una semana cada quien".
Alma ha utilizado su experiencia como víctima de violencia y su dominio del español para ayudar a otras mujeres de la comunidad wixárika que radican en la Zona Metropolitana de Guadalajara. “La primera vez cuando llega uno a la ciudad no sabes qué hacer”.
Considera necesario que haya traductores de lenguas originarias en todas las dependencias, desde administrativas hasta de salud y seguridad, pues debido a esta carencia se ha visto en la necesidad de ayudar a miembros de su comunidad cuando van al Hospital Civil o al ayuntamiento a solicitar algún apoyo.
“Hay compañeras o familiares aquí que sí ocupan ayuda, pero como dije, ahí hay unos que no saben hablar bien el español, sí hay mucho apoyo aquí, pero quien les diga en la lengua materna pues no hay”, declaró.
“No hay nadie que nos entienda”
La exigencia no se queda solo en el pensamiento de Alma. El jueves 16 de octubre acudió a una rueda de prensa del Ayuntamiento de Zapopan, donde presentaron la Guía Para Mujeres Zapopanas Adultas Víctimas de Violencia.
Acompañada de sus amigas Ada, Ofelia y Josefina, ingresó a la sala de prensa del Centro Integral de Servicios Zapopan (CISZ) y se sentó junto a ellas para escuchar atentas la rueda de prensa.
Alma esperó a que los periodistas hicieran sus preguntas y cuando los funcionarios se disponían a dar por terminada la rueda de prensa, pidió el micrófono para hacer un comentario:
“Me gustaría saber por qué cuándo uno va a poner una denuncia, a solicitar un apoyo o al hospital, no hay nadie que nos entienda, no hablan nuestro dialecto y a veces no quieren ayudarnos”, interpeló la mujer.
Ella solicitó a las autoridades presentes que haya traductores en las dependencias que atienden la violencia de género y, ante esto, la secretaria de Igualdad Sustantiva Entre Mujeres y Hombres se limitó a responder que se está trabajando en el tema, para que la dependencia que dirige pueda brindar una mejor atención a las mujeres indígenas.
Mujeres indígenas, sumamente vulneradas
Las mujeres como Alma, de origen indígena, han vivido escuchando promesas; sin embargo, las cifras reflejan que son un sector sumamente vulnerado.
Según datos de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares 2021, de la Violencia Contra las Mujeres en México, en Jalisco habitan 557 mil 864 personas de origen indígena, de las cuales 281 mil 658 son mujeres y de ellas más de 32 mil mujeres hablan una lengua indígena. Representan apenas una mínima parte de los 8 millones 903 mil habitantes que tiene Jalisco, pero están ahí, existen y merecen ser visibilizadas.
La encuesta también evidencia que hasta el 42.7 por ciento de mujeres indígenas viven en permanente violencia dentro de su núcleo familiar, ya sea de tipo psicológica, económica, física o sexual.
Ese 16 de octubre, Alma pudo haber estado en su módulo vendiendo artesanías, pero prefirió plantarse frente a los funcionarios del ayuntamiento de Zapopan y del estado para externar una petición legítima, pues pareciera que aún hay mucho por hacer cuando se trata de violencia contra la mujer y más de violencia contra las mujeres indígenas.
Aunque no la convenció la respuesta de la secretaria de Igualdad Sustantiva Entre Mujeres y Hombres, Alma sabe que es peor no decir nada, pues eso lo aprendió de sus relaciones pasadas, donde decidió poner por encima su bienestar antes que la educación y tradiciones heredadas de sus padres y su comunidad, donde, según relató, “es mejor visto callar y obedecer al esposo sin poner un pero”.
Tras hacer su exigencia, Alma salió del CISZ acompañada de sus amigas y caminó de regreso a su módulo en Plaza Las Américas, a su realidad, donde tiene que sacar adelante a su hija de nueve años de edad, sola, sin más ayuda que su ímpetu y perseverancia, pues su expareja no le da pensión alimenticia.
Sin embargo, prefiere ser madre soltera que vivir siendo violentada y ese, dice, es el mejor ejemplo para su hija.
OV