Ya no hay más que hacer. Cuando Sofía, una ama de casa de 45 años escuchó estas palabras, su cerebro se bloqueó. Poco antes, los médicos le confirmaron el diagnóstico: cáncer de mama en etapa avanzada.
Había pasado meses enfrentando estudios, sufriendo tratamientos y cirugías, siempre con la esperanza de vencer a la enfermedad. Pero después de varios intentos, llegó el día en que escuchó esta sentencia.
Lejos de rendirse, Sofía tomó una decisión valiente. Quería pasar el tiempo que le quedaba rodeada de amor, en paz, sin dolor y sin hospitalizaciones prolongadas. Su mayor deseo era vivir hasta el final con dignidad.
Fue entonces cuando ella y su familia encontraron el Centro de Cuidados Paliativos de México (Cecpam), encabezado por Luz Elena Olaiz Cortina, pionera en el acompañamiento integral a pacientes con enfermedades terminales.
Desde el primer día, Luz Elena escuchó a Sofía sin prisa, con empatía. Le explicó que los cuidados paliativos no significaban rendirse, sino todo lo contrario: ejercer el derecho de elegir cómo quería vivir sus últimos días.
A partir de ese momento, el equipo de médicos, enfermeras, psicólogos, trabajadores sociales y tanatólogos del Cecpam se convirtió en su segunda familia.
Ajustaron su tratamiento para controlar el dolor, diseñaron un plan de acompañamiento emocional y brindaron contención constante a su familia e hijos. Con el paso de las semanas, el miedo fue cediendo espacio a la serenidad.
Sofía, que siempre había sido una mujer alegre, comenzó a organizar pequeños momentos significativos. En el centro, compartía cenas con otros pacientes, contaba anécdotas y repartía sonrisas. Decía que, aunque su cuerpo se estaba apagando, su alma seguía viva.
Le encantaba escribir, así que dedicó tardes enteras a redactar cartas para sus familiares, específicamente para sus hijos: en ellas les decía que los amaba profundamente y que “mamá seguiría cuidándolos desde donde brillan las estrellas”.
Una decisión respetable
De acuerdo con la Organización Panamericana de la Salud (OPS), más de 4 millones de personas en América Latina y el Caribe requieren cuidados paliativos cada año, pero menos de 10 por ciento tiene acceso efectivo a ellos.
A esto se suma un obstáculo cultural: la idea errónea de que recibir cuidados paliativos equivale a “rendirse”. En realidad, se trata de resistir con dignidad, de elegir cómo vivir los últimos momentos con sentido, compañía y sin dolor.
el datoMas de 4 millones de pacientesde Latinoamérica
Y el Caribe requieren cuidados paliativos cada año, pero solo 10 por ciento accede a ellos.
Enfrentar una enfermedad terminal no debería ser sinónimo de soledad o de sufrimiento innecesarios. La medicina moderna no solo debe curar, también debe cuidar. Porque hasta el último aliento, toda vida merece ser vivida con dignidad, con el dolor controlado, el alma acompañada y la certeza de que, incluso al final, hay mucho que compartir, agradecer y amar.
La alternativa médica y profundamente humana son los cuidados paliativos, que no buscan prolongar el sufrimiento, sino aliviarlo con compasión y profesionalismo.
A menudo incomprendidos o estigmatizados, los cuidados paliativos colocan en el centro a la persona y no al padecimiento. No pretenden acelerar la muerte ni alargarla de forma artificial. Su verdadera misión es ofrecer calidad de vida, controlar el dolor, aliviar el sufrimiento y acompañar tanto al paciente como a su familia durante uno de los momentos más difíciles de la existencia.
La OPS define los cuidados paliativos como un enfoque que mejora la calidad de vida de los pacientes y sus seres queridos frente a enfermedades potencialmente mortales. Esto se logra mediante la prevención y alivio del sufrimiento, a través de la identificación temprana, evaluación adecuada y tratamiento de problemas físicos, psicosociales y espirituales.
Aunque muchas personas creen que este tipo de atención solo se aplica en los últimos días de vida, la realidad es diferente: los cuidados paliativos pueden y deben incorporarse desde etapas tempranas de enfermedades crónicas o avanzadas, como el cáncer, la insuficiencia cardíaca, la insuficiencia renal terminal, el VIH en fases complejas o trastornos neurológicos progresivos como el Parkinson o la esclerosis lateral amiotrófica (ELA).
Sin dolor es mejor
Uno de los pilares fundamentales de los cuidados paliativos es el control del dolor. En las enfermedades avanzadas el dolor puede tener componentes físicos y emocionales, como la ansiedad, el miedo o la tristeza.
Los equipos interdisciplinarios (médicos, enfermeras, psicólogos, trabajadores sociales, tanatólogos y, en ocasiones, guías espirituales) trabajan de manera conjunta para tratarlo mediante medicación, terapias complementarias, apoyo psicológico y acompañamiento continuo.
El objetivo no es simplemente eliminar el dolor, sino devolver al paciente su autonomía, su funcionalidad y la posibilidad de disfrutar los momentos que le quedan. Gracias a este enfoque, muchas personas logran despedirse, cerrar ciclos y compartir tiempo de calidad con sus seres amados.
Del miedo a la calma
En algún momento, Sofía pidió volver a su casa. Quería despedirse en su propio espacio, entre sus fotos, sus plantas y el olor a café de las mañanas que tanto amaba. El equipo del Cecpam organizó todo para que pudiera recibir atención domiciliaria y su familia decoró su habitación con flores y dibujos.
La última noche, Sofía tomó a sus pequeños de la mano y les dijo con una sonrisa tranquila:
—Gracias por dejarme ir con amor.
Murió en paz, sin dolor, rodeada de su familia. Su partida fue serena, como si simplemente se quedara dormida.
Hoy, su historia sigue inspirando a muchas personas. Luz Elena Olaiz recuerda su caso con especial cariño: “Sofía nos enseñó que los cuidados paliativos no tratan de morir mejor, sino de vivir con sentido hasta el último respiro”.
JLR