Policía
  • El infierno de las niñas secuestradas en Puebla y Tlaxcala no termina en castigo

  • En una década, sólo se han emitido, al menos públicamente, 17 sentencias: 14 condenatorias y tres absolutorias.
La edad promedio en que los tratantes capturan a sus víctimas ronda los 16 años (Ariel Ojeda).

Aquella mañana, una joven –a quien llamaremos Belén para resguardar su identidad– caminaba por las calles de Chietla, al suroeste de Puebla. Iba con su niño de dos años, sin prisa, al encuentro de su madre, la abuela de su niño. Cuando estaban por llegar a su destino, detectó a una vecina que iba a bordo de un taxi. Apenas se miraron, el coche súbitamente frenó y la mujer y su hijo fueron trepados a la fuerza.

Todo sucedió rápido. Ese día, el hombre que acompañaba a la vecina, un tal Sergio ‘N’, fue quien los subió al taxi. Belén no tardó en enterarse de que este sujeto era un tratante de personas. En su caso, contrario a como operan estos criminales, no hubo intentos de rodeos ni de enamorarla para llevársela como esclava sexual.

Apenas habían avanzado unos kilómetros, el hombre le informó que ahora trabajaría para él o de lo contrario le haría daño a su bebé.  

Esto sabemos de su privación de la libertad

A los jalones la llevaron a la terminal de autobuses de Izúcar de Matamoros, a unos kilómetros de Chietla, donde se subieron con ella al camión. Belén intentó convencerlos de que los liberaran, con inocencia les decía que sus padres no estaban acostumbrados a estar lejos de ella, porque, aunque ya era mamá, la mujer apenas tenía 19 años.

De ahí se fueron a la Ciudad de México. Ahí, recuerda, la tuvieron retenida en “los cuartos verdes”, como identificó al lugar de su secuestro, hasta que la condujeron de nuevo a la central de autobuses. Ahora irían con destino a la lejana y norteña Tijuana.

Era enero de 2012, y la ciudad fronteriza se congelaba. Allí los esperaba Fidel ‘N’, hermano de Sergio ‘N’, vivía en la ciudad y ya era un veterano tratante: prostituía a una mujer que era madre de dos de sus propios hijos, y a otras chicas.

Identifican zona roja en Tijuana

Fue ese día cuando, por fin, le explicaron a Belén cómo sería su vida de ahí en adelante. En Tijuana hay algo conocido como la Zona Norte o calle La Coahuila, la zona roja donde está permitida la prostitución.

Le dijeron que cobraría 260 pesos por cada 15 minutos de relaciones sexuales con los clientes que sólo podía desnudarse de la cintura para abajo, y que si querían ver más debía obligarlos a pagar una tarifa adicional de 50 pesos.

El primer día, Belén solo estuvo con un cliente. Los familiares mafiosos de Sergio ‘N’ le advirtieron que a ella y a su bebé le iría muy mal de no portarse bien con los clientes. Además, le informaron que, a partir de entonces, tendría que completar una cuota diaria de 3 mil pesos.

Belén recuerda que por esos días conoció en las calles a otras chicas que también eran obligadas a prostituirse por la misma familia de tratantes. Sabía de una que intentó escapar y, como castigo, le habían quemado los brazos.

Así fue la vida de Belén

Siempre en contra de su voluntad, a Belén la tenían en las calles frías y en bares de mala muerte. Y, años después, ante un juez, declararía que “me golpeaba y me amenazaba, decía que si no trabajaba era muy fácil desaparecer a mi familia”.

Lo que sí hizo es que, seis meses después de llegar a la frontera, el delincuente le quitó a su hijo y se lo entregó a otro hermano que tenía en Tenancingo, Tlaxcala.

Dice que, durante dos años en Tijuana, fue obligada a realizar unos 10 servicios diarios, y que todo el dinero se lo quedaba Sergio ‘N’. Sus testimonios son brutales y exhiben la crueldad con la que operan los tratantes en México:

“Una vez me metió al baño, agarró una botella de alcohol y me la vació en el cuerpo; después prendió un cerillo y me lo aventó. Me comencé a incendiar”, hasta que alguien entró y apagó el fuego con una toalla mojada.

Dos años después de haber llegado a Tijuana, Belén intentó escapar, pero Sergio ‘N’ se enteró gracias a sus informantes. Tras dos años de explotación, y para evitar un escándalo, se la llevó a Tenancingo, Tlaxcala, no sin antes darle una golpiza que la dejó sin ver por varios días.

Al llegar a Tenancingo, finalmente pudo ver a su hijo, pero solo para que este presenciara cómo Sergio seguía golpeando a su madre

“Me dijo que, para que aprendiera, que así se trata a las perras (sic)”.

Sin embargo, un día, mientras Sergio ‘N’ se bañaba y olvidó cerrar la puerta con candado, Belén se fugó junto con su hijo.

“Al salir a la calle pasó un taxi y el señor me llevó a un lugar que se llama Panzacola (corredor industrial entre Tlaxcala y Puebla), donde pasa la micro que va a la CAPU (Central Camionera del sur). Una señora que iba en el autobús pagó mi boleto, y me fui a Izúcar de Matamoros. Ahí me esperaba mi papá, a quien le hablé desde la terminal para que me esperara”.

Víctimas, jovencitas y pocas sentencias en 10 años

MILENIO revisó las sentencias dictadas en juzgados federales por trata de personas en su modalidad de explotación sexual y encontró que, en una década, sólo se han emitido, al menos públicamente, 17 sentencias: 14 condenatorias y tres absolutorias.

La edad promedio en que los tratantes capturan a sus víctimas ronda los 16 años, con casos que llegan incluso a los 14. Los expedientes muestran un patrón: niñas y adolescentes originarias, sobre todo, de Puebla y Tlaxcala que son trasladadas hacia ciudades fronterizas mexicanas y, en al menos seis casos, traficadas hacia Estados Unidos, a ciudades como Atlanta, Houston y Nueva York.

Siempre son explotadas bajo el mismo esquema de deudas impagables, violencia extrema y amenazas contra sus familias.

En los expedientes judiciales del Consejo de la Judicatura Federal (CJF) se lee que entre 2015 y 2025, en los casos que llegaron a sentencia firme, la edad de las chicas más jóvenes era de 14 y 15 años.

Por ejemplo, en enero de este año se dictó una sentencia de 15 años por el caso de una menor que narró cómo empezó su infierno cuando salió de su pueblo para buscar trabajo en Tlaxcala. Dice que, al llegar a la terminal de autobuses, preguntó si sabían dónde podía conseguir empleo. Allí le dijeron que una señora buscaba apoyo para cuidar a un niño.

Entre agosto y octubre de 2012 la quinceañera cuidó al niño e hizo las labores del hogar. Sin embargo, un día que salió a la tortillería conoció a un hombre que le dijo que quería ser su amigo. Relata que este la buscó durante semanas hasta que le preguntó si quería ser su novia.

Ese fin de semana la invitó a una fiesta. Pasó por ella en la noche, pero no fueron a ninguna celebración o cosa parecida: manejó directo a un bar y le advirtió, entre gritos, que ahora trabajaría donde él quisiera, porque si no, la mataría o mataría a su familia.

A partir de ese día vivió para trabajar en el burdel, donde ganaba dos mil pesos por noche, mismos que el hombre le quitaba. Más tarde logró escapar, y su tratante recibió como castigo 15 años de cárcel.

Otra sentencia, de 2022, cuenta la historia de una chica de 15 años que vivía con sus padres en Puebla. Conoció a su victimario en mayo de 2008. Dijo que rápidamente se hicieron novios y él le pidió matrimonio. Le dijo que era albañil y que su trabajo estaba en Oaxaca, así que ella se mudó con él.

Sin embargo, al llegar, le soltó la verdad: ella tendría que prostituirse. Y no le dio opción: le dijo cuánto debía cobrar y le entregó una caja con 100 condones. La amenazó y le dijo que tendría que cumplir una cuota de 800 pesos al día. Solo tenía derecho a un día de descanso al mes, el más fuerte de su menstruación.

La llevaba a una casa de citas donde iniciaba su jornada a las 09:00 horas y terminaba entre 11 o 12 horas después. Con los meses, fue ganando más hasta completar una tarifa de mil 800 pesos por día. A mediados de 2009, gracias a un operativo, fue rescatada. Su tratante recibió 16 años de prisión.

Trata de personas llega hasta México

Entre las pocas sentencias dictadas en México por trata de personas en su modalidad de explotación sexual, hay seis casos en los que las víctimas fueron traficadas a Estados Unidos, a ciudades como Atlanta, Houston y Nueva York, donde, además de ser prostituidas, fueron obligadas a cruzar la frontera con traficantes o coyotes por parajes riesgosos.

Hay cuatro casos de jóvenes llevadas desde Puebla y Ciudad de México a Nueva York, y dos más de Tlaxcala a Houston, Texas.

En uno de esos casos la muchacha tenía 20 años cuando conoció a un sujeto llamado Julián, en Puebla. Unas amigas se lo presentaron. Cuenta que empezaron una relación en febrero de 2006 y casi cinco años después, a fines de 2010, él le dijo que iría a trabajar a Estados Unidos y quería hablar con sus padres para que la dejaran ir con él. Y le dieron el sí.

El 5 de enero de 2011 tomaron un avión de Puebla a una ciudad fronteriza, donde un coyote los cruzaría. Tras un largo viaje, llegaron a Nueva York, donde Julián reveló que las cosas no eran como ella había pensado, pues tendría que pagarle los 4 mil dólares que gastó en su viaje, y para ello debería trabajar como prostituta.

La joven incluso fue obligada a tener relaciones sexuales por 30 dólares cada 15 minutos.

“Por miedo a que le hiciera algo a mis familiares en México, y al estar sola en un país desconocido, no me quedó otra alternativa que acceder a trabajar en el sexoservicio en contra de mi voluntad”, declararía ante un juez. Realizaba hasta 15 servicios por día. 
Lo peor vino cuando, tras unos meses, quedó embarazada y le dijo a Julián que no podría trabajar más. Él se negó: La mujer contó que la situación se tornó aún más violenta. “Fue peor: golpes con los puños cerrados en el rostro, patadas y jalones de cabello, pese a tener seis meses de gestación”.

Cuando tenía siete meses de embarazo, él intentó asfixiarla con un trapo. En medio de los gritos, los vecinos llamaron a la policía y fue rescatada. Su tratante recibió sólo seis años de prisión en 2022.

FEMINICIDIO
Muchas de estas victimas se encuentran embarazadas al momento en que las secuestran los tratantes (Verónica Rivera).

Desde la Ciudad de México

En una sentencia judicial otra chica, esta vez originaria de Oaxaca, contó su historia, la cual se originó en un contexto muy precario. Sus padres debían mantener a sus 10 hermanos, no tenían dinero. A los 13 años, decidió ir sola a la Ciudad de México a buscar trabajo para ayudar en casa. Limpiaba todo el día y ganaba 500 pesos a la semana; además, llevaba consigo a dos hermanos menores.

“Los sábados y domingos, mi lugar favorito para pasear era la Alameda de la avenida Juárez, en el Distrito Federal”, un lugar donde se suelen reunir personas trabajadoras jóvenes, y otras no tanto, de muchos lugares de la república.

El 4 de noviembre de 2007, en uno de esos paseos y a sus 16 años, conoció a dos muchachos que la invitaron a dar una vuelta. Ella se negó al principio. La semana siguiente, volvieron a encontrarlos y aceptó caminar con uno de ellos.

Durante semanas hablaron por teléfono, y el hombre se fue ganando su confianza. En enero de 2008, aceptó acompañarlo por unos papeles a Puebla, de donde él decía ser originario.

“Le respondí que yo nunca había salido del Distrito Federal, pero, después de tanta insistencia, acepté ir con él. Llegamos a una casa en Puebla. Una señora me dijo que ya le había avisado que ‘nos íbamos a juntar’, que ya tenía lista la comida. Yo no sabía de qué hablaba”. Se asustó y dijo que quería irse, pero no la dejaron.

Después de unas semanas, ocurrió algo inesperado: la llevaron a Oaxaca con sus familiares. Su tratante y ella llegaron con sus padres, a quienes les llevaron una canasta de fruta y les entregaron mil pesos. Ella, acostumbrada a tanta pobreza, toleró la situación.

Pero poco después él le dijo que estaba metido en un problema, pues lo acusaban de robar 70 mil pesos y que sólo ella podía ayudarlo. Ella preguntó cómo, y él respondió: como prostituta. Como ella se negó, un tío del sujeto le lanzó: 

“No te estoy preguntando si lo vas a hacer o si vas a ayudar a mi sobrino, sino que lo vas a hacer, porque lo tienes que ayudar”.

La trasladaron de nuevo a la Ciudad de México, a una casa donde una mujer –que también era prostituida por un supuesto novio– la maquilló, le dio una minifalda y le enseñó “cómo usar un preservativo, cómo hablar, cuánto cobrar por un servicio sexual”. Estaba en el callejón de Santo Tomás, en La Merced, donde por primera vez trabajó en la prostitución.

“Yo estaba parada o caminando y tenía que acercarme a los hombres, seducirlos para que se animaran y me eligieran. Tenía que hacer lo imposible para que me contrataran. Es una pasarela: una vez que el hombre te elige, pagan un ticket con una señora gorda que estaba en la entrada del callejón, luego entras a los cuartos y tienes relaciones sexuales”.

Pero la situación volvería a cambiar. Su tratante no tardó en decirle que ahora tendría que irse a Nueva York a trabajar en un restaurante, que ya no sería prostituida. Así, la subieron a un camión con destino a Sonora, y un coyote la cruzó por Agua Prieta, Sonora. La primera vez, la migra estadunidense los deportó, pero al día siguiente intentaron cruzar de nuevo y lo lograron.

Pero, al llegar a Nueva York, los familiares de su tratante le dijeron que no trabajaría en un restaurante, sino que tendría que prostituirse.

“Cuando llegué a Nueva York, era una ciudad que no conocía. Me dijeron que no podía hablar con nadie, me amenazaron con que Migración podía detenerme y encerrarme por estar sin papeles. Además, no hablaba inglés y, por eso, no podía pedir ayuda”.
“Mi vida en la prostitución fue una pesadilla Publicitaban que tenían chicas disponibles en tarjetas de publicidad, con nombres falsos. Los hombres debían llamar a los números de las tarjetas, y un chofer nos llevaba a mí y a otras mujeres a cualquier lugar en la ciudad de Nueva York, Westchester, Long Island, Connecticut y New Jersey”.
Dijo: “Los hombres que contratan los servicios sexuales eran muy violentos. Me forzaban a tener sexo con entre 10 y 12 hombres diarios de lunes a jueves, y entre 20 y 25 de viernes a domingo. Los hombres pagaban entre 35 y 40 dólares, y otros entre 50 y 60, si solo hablaban inglés, por cada acto sexual”.

El padrote se ponía celoso de que se arreglara para los clientes. La golpeaba porque tenía sexo con otros hombres: al principio, una o dos veces al mes, pero pronto empezó a golpearla cada semana. Le gritaba insultos, la hacía dormir en el piso y la amenazaba con matar a su familia si dejaba la prostitución.

Delitos Sexuales
Las víctimas de trata de personas son cuidadas por un 'padrote' que muchas veces abusa de ellas (Rolando Riestra)
“Yo no quería tener sexo con él, así que empezó a violarme, siguió violándome y golpeándome”.

Intentó escapar dos veces hasta que, en julio de 2006, lo logró. En agosto de 2023, su tratante recibió sólo nueve años de prisión.

RM

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Laura Sánchez Ley
  • Laura Sánchez Ley
  • Es periodista independiente que escribe sobre archivos y expedientes clasificados. Autora del libro Aburto. Testimonios desde Almoloya, el infierno de hielo (Penguin Random House, 2022).
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