En plena escena, un sicario estilizado con camisa de diseñador enciende un puro tras asesinar a un enemigo. La cámara hace un plano lento, la música sube y el efecto dramático culmina en equilibrio visual. No es una nota roja, es una serie en el top 10 de Netflix.
En los catálogos de las plataformas de streaming, la violencia ocupa lugar de honor. Narcoseries, dramas policiacos, thrillers urbanos: el crimen se ha vuelto entretenimiento.
En entregas anteriores, MILENIO explicó cómo la violencia e inseguridad se han convertido en herramientas discursivas del miedo, dispositivos de control o incluso productos de mercado.
Desde el algoritmo que amplifica el pánico ante hechos violentos en redes sociales, hasta la industria de la seguridad privada que convierte la protección en privilegio.
Pero, ¿qué hay detrás de la violencia que se comparte a través de la plantalla? y ¿cómo moldean estas ficciones las ideas sobre la seguridad, la justicia o el poder?
La violencia como espectáculo: del noticiero a la ficción
En las últimas décadas, la violencia ha dejado de ser exclusivamente un asunto de interés público para convertirse en contenido mediático de alto consumo.
Esta transformación ha sido evidente tanto en los noticieros tradicionales como en las producciones de entretenimiento, donde el crimen, el miedo y la brutalidad se representan no solo como hechos noticiosos, sino como insumos estéticos y narrativos.
En algunos noticieros la violencia se presenta de forma constante y amplificada: imágenes explícitas, testimonios dramáticos, música de tensión y titulares alarmistas. Esta lógica prioriza el impacto emocional sobre el análisis y contribuye a una percepción distorsionada de la inseguridad. La repetición de estas imágenes termina por normalizar la violencia y convertirla en parte del consumo cotidiano de información.

El mismo fenómeno se traslada a la ficción televisiva y al streaming, particularmente en el auge de las narcoseries y dramas policiacos. En estas producciones, la violencia no solo es parte de la trama, sino que se vuelve central en la construcción de personajes, clímax narrativos y estrategias visuales.
Ambos formatos —informativo y de ficción— comparten una característica: colocan a la violencia en el centro del relato, no necesariamente para denunciarla, sino para sostener la atención del espectador. Así, el crimen se convierte en espectáculo, y la inseguridad, en un contenido rentable.
La violencia vende
Las historias cargadas de violencia, crimen, acción y tensión emocional atrapan al espectador. Son intensas, fáciles de serializar y generan conversación en redes sociales. Esto significa que tienen alto potencial de consumo prolongado (binge-watching), lo que las convierte en una apuesta segura para plataformas.
Cuando una serie está inspirada en casos reales, como la vida de Pablo Escobar o Joaquín 'El Chapo' Guzmán, gana un plus de morbo e interés. La gente busca “la historia detrás de la historia”, y eso se traduce en tráfico, tendencias y monetización.
Las productoras lo saben: usan nombres reales, lugares reconocibles y archivos noticiosos para atraer al espectador.

Las representaciones de la violencia en el entretenimiento no son neutrales. Cada personaje, diálogo o escena responde a una lógica narrativa que construye estereotipos y refuerza ciertas ideas. Las pantallas no solo muestran la violencia: la codifican, la personalizan y la simplifican para que sea comprensible, atractiva y vendible.
De acuerdo con el artículo El fenómeno de la violencia en televisión, escrito por Sara González-Fernández, periodista y doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla, la razón por la que tanta gente se siente atraída por la violencia en el cine, las series o incluso los videojuegos no es solo por el morbo o la acción. Hay algo más profundo: se ha crecido con una idea muy específica de lo que la violencia representa.
"El espectáculo, el entretenimiento y las experiencias que se generan a partir de ellas tienen especial relevancia en la construcción de valores, opiniones y sensaciones en la opinión pública. Quizás, en este punto, es donde se encuentra el poder de seducción con el que cuenta la violencia audiovisual, en que su presencia despierta una curiosidad y unas emociones difíciles de sentir y experimentar en la vida cotidiana", se lee.
Por otra parte, destaca que en este tipo de contenido hay algo que casi siempre pasa desapercibido: las verdaderas víctimas. Sus historias rara vez se cuentan con profundidad, no se da a conocer quiénes eran, qué les pasó después, ni cómo la violencia les cambió la vida.

Consumo cultural y normalización de la violencia
Acorde con González Fernández, el contenido de entretenimiento enfocado en temas de violencia obtienen la aceptación social porque conectan con dimensiones personales.
Así, refiere, la televisión o el cine "se caracterizan por emitir más contenidos y actos violentos que los que se producen en la vida real debido a que, gracias a ellos, logran cautivar al espectador y generar en él múltiples sensaciones, ya sean de fascinación o de rechazo".
"La violencia ocupa un lugar preponderante por las emociones y sensaciones que despierta en la audiencia, así como por la capacidad de identificación que provoca en el espectador, más si cabe si se trata de una audiencia infantil o juvenil", argumenta.
No obstante, recuerda que distintos investigadores han señalado a lo largo de las últimas décadas que
la televisión únicamente refleja la violencia que existe en la sociedad"a modo de espejo".
RMV.