El desarrollo de los activos digitales avanza a un ritmo vertiginoso. Aunque ya hay más de 6 mil criptomonedas, Bitcoin es el pionero en este universo y ha alcanzado un estatus único para los conversos al oro digital. Su capitalización rebasó el billón de dólares, acompañado por titulares sensacionalistas y récords impresionantes. Hoy, más del 70 por ciento de los propietarios de Bitcoin tienen en su poder menos de 0.01 unidades. Eso sin contar a aquellos que los poseen a través de mercados regulados, como Coinbase o Kraken, que sumarían otro 15 por ciento.
Efectivamente el Bitcoin, este objeto de culto, puede considerarse como el nuevo oro digital. Para la generación más joven y algunos teóricos conspiranoicos, esta criptomoneda cumple un rol de activo refugio frente a los alquimistas monetarios que gestionan los bancos centrales. Igual que el oro, no puede ser impreso por los gobernantes y tampoco genera problemas de almacenamiento. De hecho, los datos muestran cómo la proporción de compradores de Bitcoin de largo plazo está creciendo a expensas de aquellos que invierten con la simple intención de especular o, como se dice entre financieros, “hacer trading”.
Digitalizar la confianza
La popularidad del Bitcoin opaca varias tendencias importantes que darán lugar a cambios económicos de gran envergadura en las próximas dos décadas. En primer lugar, el comportamiento del Bitcoin y el resto de las criptomonedas ha estado ligado al exceso de liquidez en los mercados. Debido a ello, creemos que el punto álgido de los estímulos monetarios ya se ha alcanzado, y probablemente ya también hemos visto los picos más altos de valoración en los activos de riesgo. Pero el hecho, es que las criptodivisas son especialmente vulnerables a una caída de la liquidez, algo que tiene lógica, ya que se trata de un proceso que incrementa el estatus de valor del dinero circulante o fiat.
Pero más importante que esto es la capacidad que tiene el Bitcoin para digitalizar la confianza gracias a las tecnologías de encriptado basadas en el blockchain. Apenas se empiezan a entender las implicaciones y las posibles aplicaciones que esta tecnología tiene. Algunos incluso aventuran el nacimiento de un nuevo sistema financiero global, descentralizado, que funcionaría con protocolos autónomos, independientes y permitiría procesos comerciales, crediticios y de aseguramiento. Esto supondría una disrupción para las entidades financieras reguladas, ya que ofrecería un servicio abierto con un costo marginal casi nulo.
La teoría de este nuevo sistema financiero, basado en blockchain, expone la posibilidad de liberarnos de los gobiernos y su monopolio monetario. Uno de los argumentos principales de quienes apoyan esta tesis, es que nadie puede cerrar ni intervenir el universo de las criptodivisas, ya que requeriría de un cierre total de Internet. Los gobiernos verían sus monopolios monetarios destrozados por divisas alternativas que están fuera de su alcance. Aunque me temo que no estoy de acuerdo, y creo que la historia nos puede servir de guía en este punto.
Roosevelt y la degradación monetaria
Durante la Gran Depresión que se produjo a inicios de los años 30, la Administración estadounidense de Franklin D. Roosevelt llevó a cabo un giro decisivo en su política cuando decidió devaluar el dólar frente al oro. Esta ley promulgada el 5 de abril de 1933 no sólo tuvo éxito, sino que acabó con la crisis. Como parte de sus medidas excepcionales, el presidente Roosevelt prohibía que las personas poseyeran más de 100 dólares en oro y no se podría usar como moneda de intercambio. Su plan era simple y efectivo: reunir todo el oro posible en EU para respaldar al dólar. Si alguien comerciaba en oro, cometía un delito.
Hoy, de tomarse una medida análoga, el oro podría cambiarse por dólares en el mercado negro, pero tratándose de criptomonedas, es obvio que sería bastante más complicado tener monedas digitales prohibidas por el gobierno en una cartera que no puede estar regulada, como un archivo encriptado en una computadora.
Para resumir: en la discusión sobre el Bitcoin, lo más interesante es la posibilidad de digitalizar la confianza. Apenas empezamos a entender las aplicaciones que tendría esta revolución, y las formas en que se crearán los contratos, cómo se comercializarán y se desarrollarán los intercambios y otro tipo de implicaciones.
En cuanto a la posibilidad de contar con un sistema financiero independiente, a los políticos les encanta odiar a la industria financiera, pero la realidad es que les sería muy útil también a ellos.
En definitiva, como ya nos mostró Roosevelt, el oro digital no se podrá borrar, pero, como su antepasado físico, podrá ser prohibido.
Por Yves Bonzon*
* Yves Bonzon es jefe global de inversiones de Julius Baer, Suiza.