Sociedad

El último Pride y de regreso al disturbio

En San Francisco empieza a circular un pequeño cartel probablemente impreso en una Xerox y tan solo a dos tintas: blanco y negro. La imagen es una de las más impúdicas de Tom of Finland. Dos hombres tóxicamente musculosos y depravados con gorras bike y de policía con una frase sobre ellas: “Make The Pride a Riot Again”. Haz del orgullo un disturbio, otra vez. Pueden verse adheridos en los postes del barrio de Castro, pero se multiplican en cantidad sobre la calle de Folsom, en el sector conocido como el Distrito Leather, por los bares que exudan cuero, sobacos sin desodorante y promiscuidad callejera aglutinados en un cuadrantes de siete manzanas. En varias de sus bodegas (es un vecindario mitad residencial e industrial a partes iguales) suceden las fiestas de sexo gay que parecen devolver a San Francisco su personalidad extrema que por momentos se disuelve entre su desalmada especulación inmobiliaria y los aburridos empleados de los corporativos de Silicon Valley de tendencia conservadora que suelen descolocarse con la sexualidad desinhibida y contracultural del área de la Bahía.

Hay otro grupo conservador dentro de San Francisco y dentro de la comunidad gay: los matrimonios con hijos. Que a menudo se oponen a que el contingente leather marche el día del orgullo, pues consideran que la frontal y cruda sexualidad con la que caminan los hombres en cuero es perturbador para sus hijos adoptivos o que tuvieron mediante el sistema de gestación subrogada. En ese conservador capricho de crear una familia mediante el linaje de la sangre. ¿Desde cuando el orgullo por ser homosexual tiene que verse limitado por aquellos hombres casados con hombres que han decidido, por voluntad propia, obedecer la tiranía de la familia tradicional? Con toda esa jerarquía de roles y paranoias morales como bien critica Henry Rollins en ese siniestro disco de Black Flag “Family Man”. El matrimonio entre personas del mismo sexo es la oportunidad de subvertir las trampas de la república del matrimonio, como decía Octavio Paz en “El laberinto de la soledad”: “Toda vida verdaderamente autónoma se inicia como ruptura con la familia y el pasado”. Al menos es lo que tratamos de hacer Jim y yo desde que aceptamos ponernos los anillos matrimoniales.

Pero los gays hace mucho que dejamos de ser autónomos. El homosexual fue quizás el primer colectivo de disidencia sexual en ser asimilado por el sistema y su herramienta de control básica: la vorágine del consumismo. No solo la hipocresía familiar y su visión persignada de la homosexualidad se apoderaron de las marchas del orgullo de los últimos años. Las marcas tomaron el control de la organización reduciendo las marchas del orgullo a un directorio de centro comercial como si el objetivo político de nosotros los jotos fuera terminar siendo un producto de supermercado en el pasillo de la diversidad sexual.

Muchos gays estallaban de felicidad si una marca de champú contra los piojos colocaba un arcoíris en su producto. Consideraban esa vulgar estrategia de marketing como un avance. De pronto los activistas gays mutaban a “embajadores” de marcas con el objetivo de crear conciencia, aunque la conciencia sobre el conflicto de interés ético quedara desechada. Pero la fama del reconocimiento comercial es un dulce inevitable de posar en la boca.

No obstante, el mes del orgullo del 2025 muestra un inesperado viraje. Este junio arranca con un presidente estadunidense que ganó las elecciones gracias a una masa votante cansada de lo woke. Temerosos de que los homosexuales perturben a sus hijos de heterosexualidad incorruptible, la derecha está avanzando en diversas partes del mundo con determinante convicción conservadora. Y las marcas aliadas lo saben. El arcoíris ha perdido su estatus de vanguardia liberal. Lo de hoy es vender valores familiares con represión incluida.

Un ejemplo: Suzanne Ford, directora de la marcha del orgullo de San Francisco, California, ha declarado que el Pride del 2025 sufre de un desfalco de $300,000 dólares como efecto directo del retiro de varios patrocinadores que no quieren ver sus marcas asociadas a la diversidad sexual o cualquier remanente del extinto programa de diversidad, equidad e inclusión (DEI, por sus siglas en inglés), desmantelado por Donald Trump en su promesa de reinstalar el orden.

San Francisco no es la única ciudad cuyo Pride se ha visto afectado por el abandono de patrocinadores. Houston reporta un déficit de donaciones de $100,000 dólares y el gran WorldPride 2025 que sucede justo en estos momentos del sábado 7 junio en Washington DC perdió a su benefactor estrella, la compañía de inteligencia artificial en defensa militar Booz Allen. Quizás por eso sus redes estaban desesperadas en vender pases para los dos días de su evento principal: un festival musical con Jennifer Lopez y Troye Sivan encabezando el cartel. Los boletos andan en 260 dólares y el precio sube considerablemente si se quiere conversar y luchar por los derechos lgbtq+ desde la comodidad del VIP. Los de Escándala hicieron un post invitando a sus seguidores a hacerse de un viaje a la capital gringa para no quedarse fuera de la experiencia. Y muchos activistas mexicanos fueron a ser parte de un Pride al que el consumismo empieza a darle la espalda.

Los locales de San Francisco odiaron esos gigantescos carteles que anunciaban el WorldPride 2025 con los nombres de Jennifer y Troye a la cabeza y que pegaban sobre pósteres de arte callejero local. En respuesta los grafiteaban. O les pegaban encima los pequeños carteles con la frase “Make The Pride a Riot Again”. Yo contribuí al disturbio pegando al lado insignias de Psyched Radio, donde tengo un programa de radio los viernes a la una de la tarde hora de San Francisco, California. Uno de ellos anunciaba un grito contra el capitalismo. Y después tuve sexo oral en las calles del Distrito Leather. Sin patrocinadores.


Cartel World pride
Cartel World pride


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Wenceslao Bruciaga
  • Wenceslao Bruciaga
  • Periodista. Autor de los libros 'Funerales de hombres raros', 'Un amigo para la orgía del fin del mundo' y recientemente 'Pornografía para piromaníacos'. Desde 2006 publica la columna 'El Nuevo Orden' en Milenio.
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