El pasado 16 de noviembre se cumplieron 60 años del establecimiento de relaciones diplomáticas entre México y Túnez. ¿De qué manera se gestó esa decisión y cómo se iniciaron los contactos entre ambos países?
Túnez había sido protectorado francés desde 1881. Tras obtener su independencia, el 20 de marzo de 1956, se dio a la tarea de conseguir que se le reconociera como país soberano. En el caso de México, las autoridades tunecinas realizaron la gestión, en octubre de ese año, por conducto de su embajada en Francia. La respuesta, si bien indirecta, no se hizo esperar. El 12 de noviembre de 1956 México votó a favor de la resolución 1112(XI) de la Asamblea General de las Naciones Unidas, que aprobó el ingreso de Túnez a la organización y, por ende, le abrió las puertas de la comunidad internacional.
Al pronunciarse en pro del ingreso de Túnez a la ONU, México no hizo sino refrendar su determinación de respaldar los anhelos de liberación de los pueblos bajo dominación colonial, que sostenía, de manera firme, desde 1945. Esa misma determinación explica el voto, en 1960, a favor de la resolución 1514(XV) de la Agonu, que proclamó la necesidad de poner fin al colonialismo en todas sus formas y manifestaciones, así como la decisión de enviar, a comienzos de 1961, una “misión de buena voluntad” a trece países de África, muchos de ellos recién independizados, para dar fe de su simpatía y apoyo.
Fue precisamente durante esa gira, la primera de una delegación mexicana por el continente africano, cuando se sentaron las bases para el establecimiento de relaciones diplomáticas entre México y Túnez. El 5 de febrero de ese año, el jefe de la delegación, Alejandro Carrillo Marcor, a la sazón embajador en Egipto, hizo la propuesta al presidente Habib Bourguiba. En su informe a la Secretaría de Relaciones Exteriores, Carrillo Marcor reportaría que este no solo la aceptó “con entusiasmo”, sino que anunció su intención de designar a su hijo, Habib Bourguiba Jr., como embajador concurrente, una vez que se hubiera acreditado como embajador de Túnez en Estados Unidos.
A partir de entonces pasaron nueve meses para que se formalizara el establecimiento de relaciones. En octubre de 1961, el canciller tunecino Sadok Mokaddem, por conducto de la Representación Permanente de México ante la ONU, envió al secretario de Relaciones Exteriores, Manuel Tello, un proyecto de declaración conjunta. Tello lo aceptó tras hacerle algunas modificaciones “para adaptarlo más a nuestro idioma”. La declaración se difundió el 16 de noviembre, simultáneamente en México y Túnez, y se publicó en los diarios de los dos países al día siguiente. La parte medular especifica que los gobiernos de uno y otro, “deseosos de fortalecer los vínculos existentes entre los dos países y de estrechar la amistad entre los dos pueblos, han convenido en establecer relaciones diplomáticas” y designar embajadores.
La acreditación del embajador tunecino ocurrió con rapidez. Túnez solicitó el beneplácito para Bourguiba Jr. el 23 de marzo de 1962, México lo concedió el 27 de abril y el funcionario entregó sus cartas credenciales al presidente Adolfo López Mateos el 21 de mayo. La del embajador mexicano tomó más tiempo. Rafael Fuentes, padre del escritor Carlos Fuentes, fue designado en abril de 1964 y presentó credenciales como embajador concurrente, con residencia en Roma, en octubre de ese año.
Desde el 16 de noviembre de 1961 México y Túnez mantienen una relación cordial, que se caracteriza por una colaboración estrecha en los foros multilaterales y un deseo de incrementar sus intercambios.
Gabriel Rosenzweig*
*Embajador concurrente de México en Túnez, con residencia en Argel