Cultura

Las escuelas antiguas de México

Según nos informa don Antonio García Cubas, la instrucción pública en México, en 1822, adquirió gran impulso con el establecimiento de las escuelas del sistema de Lancaster, o de enseñanza mutua. Este método permitía escuelas con alumnos numerosos. La compañía Lancasteriana, formada por eminentes personajes, fue apoyada por el Generalísimo don Agustín de Iturbide. El sistema se extendió con rapidez en la recién independizada República. En el Pueblo Viejo de Tampico existió una, que fue descrita por el Capitán George F. Lyon durante su visita al país de 1826. El sistema fue favorecido por las autoridades civiles y eclesiásticas, y se mantuvo hasta 1890, cuando la Secretaría. de Justicia e Instrucción Pública convirtió las escuelas lancasterianas en nacionales.

En el aula, que era grande, se distribuían los alumnos en diferentes filas de mesas, largas y estrechas, con sus bancas adheridas; las de la primera clase eran bajas y tenían una larga y estrecha caja de arena fina, la que se emparejaba con una tablilla de madera, como una aplanadera de albañil.

Los alumnos adelantados servían de Monitores o Decuriones, y se instalaban de pie a los extremos de las bancas. A su lado se hallaba el “telégrafo” sostenido sobre la banda, que consistía en un caballete con una plancha de madera, y donde aparecían los caracteres que habían de copiar los niños. “Primera clase, atención: “A mayúscula”’, y todos los niños marcaban dicha letra con un punzón o el dedo sobre la arena, siendo revisada por el instructor.

La siguiente clase escribía sobre pizarrines y los más adelantados, sobre papel, copiando las muestras de letra española. Estos últimos alumnos tenían tinteros de plomo cilíndricos llenos de tinta de huizache y caparrosa. Las plumas eran de ganso, tajadas en la punta.

La clase de lectura se daba formando niños en semicírculos, en el centro del cual se colocaban los Monitores, quienes señalaban las palabras que los alumnos debían leer. A ésta seguía la de Aritmética, con las cuatro reglas, quebrados y regla de tres; y se dedicaba un cuarto de hora a la enseñanza de la doctrina cristiana según el Catecismo del Padre Ripalda.

Ante cualquier necesidad, los alumnos sólo podían salir de uno en uno. Se usaba la “seña”, un trozo de madera que pendía de un clavo. Había que descolgarla, presentarla al preceptor y así poder dejar el salón.

Los castigos estaban prescritos en el reglamento de las escuelas y los más fuertes pronto cayeron en desuso. Se utilizaba la “disciplina”, la palmeta, el arrodillar al niño en cruz con piedras en las manos, las orejas de burro, los letreros colgados al cuello “por modorro”, “pleitista” o “desaseado”. Los antiguos castigos, que hoy parecen bárbaros, no se comparan con lo que sufren en las cárceles los muchachos si no se componen en la niñez. Muchos delincuentes juveniles se hubieran enmendado en la infancia con un palmetazo a tiempo sobre las manos sucias y las uñas largas. Antiguamente no sólo había instrucción, sino básicamente, educación. Usted, lector, ¿qué opina?

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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