El espacio en que se desenvuelven las operaciones de espionaje es incierto, oscuro e inhumano. No podía ser diferente. Las actividades de espionaje deben ser ocultas, estar al margen del escrutinio público y no ser reconocidas. Generalmente, son ilegales y, desde muchos puntos de vista, reprobables, sucias y aborrecibles.
Hasta en los gobiernos más democráticos de los países más civilizados, los cuerpos de espionaje apelan constantemente al chantaje y la intimidación, a la corrupción de funcionarios y militares, a la violación de leyes y derechos, a la intrusión en la intimidad de las personas, a la manipulación de la vida sexual y familiar; además, recurren a los secuestros, golpes, torturas y asesinatos en los casos que ellos mismos consideran “necesario”. Por eso, todos niegan públicamente lo que hacen y la existencia de tales actividades; incluso hasta “reprueban” hechos de tal índole que, cuando se conocen, siempre son un buen escándalo.
Los protagonistas han sido cientos de miles de personas de muy variada condición y procedencias. Muchas de ellas, no se incorporaron al espionaje y mantuvieron en él buscando dinero y privilegios, por presiones o coacciones, por frustraciones, resentimientos o marginación; lo hicieron libre y voluntariamente, por convicción, por urgencias sociales extraordinarias (guerras, dictaduras, religión), llevados por las creencias y condicionamientos que les inocularon educación y ambiente social. Son los llamados actores ideológicos. Sin embargo, sea cual fuera su motivación o pretensión, nunca conoceremos a la inmensa mayoría. Su destino es, será, el anonimato.
Cientos de miles de historias tanto de heroísmo, de penurias y sacrificios y de enormes éxitos, como de brutalidades, de ambiciones e injusticias, de abusos criminales, de errores garrafales, de impunidades y torpezas que derivaron en la muerte de mucha gente, no se sabrán jamás. En este campo, que no existe, la verdad tampoco.
Es el caso de Julio Sedano y Leguísamo, mexicano, fusilado en París el 19 de octubre de 1917 “por ser espía de los alemanes”. Un nombre que no dice nada a nadie, por lo menos a casi todos los mexicanos.
El diario madrileño “El Liberal” publicó el 20 de octubre de 1917: “¿Quién adivina en un caballero, al parecer sin tacha, al traidor del porvenir? Ayer, nada menos, fusilaron en París a un mexicano llamado Sedano...”. Semanas después, el periódico mexicano “El Pueblo” (ya desaparecido) informó: “El señor Julio Sedano, que tal es el nombre completo de nuestro compatriota, radicaba en Europa, preferentemente en París, desde hacía más de 20 años, y lo recuerdan cariñosamente todas las personas que en los últimos lustros visitaron la ‘Ciudad Luz’ Sedano tenía la barba rubia y aristocrática, y su afabilidad y cortesanía le daban un aire de pulcritud y distinción” (“El Pueblo”, México, 31 de diciembre de 1917).
¿En verdad, el tal Julio Sedano era un espía de los alemanes? Y de haber sido así, ¿qué lo motivó?
No era una persona cualquiera. Al respecto, con motivo del centenario de Rubén Darío, Salomón de la Selva, ensayista y político nicaragüense quien con su hermano Rogerio llegó a ser consejero de Miguel Alemán Valdés, escribió: “Durante años fue secretario del afamado poeta y diplomático nicaragüense Rubén Darío. La circunstancia de haber sido el caballero mejicano Don Julio Sedano, un alter ego de Rubén Darío en sus funciones consulares en París y, más que todo, el hecho de haber sido su fiel como leal compañero y amigo en la casi totalidad de los años vividos por Rubén en Europa desde el año 1903 y con afecto más de familiar que de secretario y amigo”. (“Monimbo”, Nueva Nicaragua, No. 717. 13 de marzo de 2016).
Hay más aún. Resulta que Julio Sedano fue el hijo bastardo de Maximiliano de Habsburgo con Concepción Sedano, la “India bonita”. Los amores de la desigual pareja tuvieron lugar en la Quinta Borda, hoy conocida como el Jardín Borda, en Cuernavaca, casa de veraneo y descanso de Maximiliano que en 1865 tomaran como residencia campestre los emperadores de México. Al respecto, José Emilio Pacheco escribió: “Corresponsal viajero de La Nación en Europa, cónsul de Nicaragua en París, Rubén Darío no se resignaba a la existencia modesta de un escritor. Quería vivir como aristócrata y todo el dinero se le iba en bares, restaurantes y burdeles. Las pretensiones apuntaban tan alto que su secretario era un Habsburgo, un príncipe bastardo como don Juan de Austria: Julio Sedano, más tarde fusilado como espía de la misma red a la que perteneció Mata Hari. La foto del jardín de Luxemburgo en que los dos aparecen con el escritor Juan José de Soiza Reilly no tolera la duda. Los genes no mienten y Julio es el hijo de Maximiliano y lleva el apellido, Sedano, de su madre, la amante del archiduque en Cuernavaca (JEP: El Buitre y el Ruiseñor. “Proceso”, 30 mayo 1998).
En efecto, existe una fotografía que muestra a la mismísima Mata Hari al lado de Darío, de Sedano, del escritor y periodista argentino Juan José de Soiza Reilly y del crítico y diplomático guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, en los jardines de Luxemburgo. No es prueba suficiente de que alguno de ellos participara en “la red a la que perteneció Mata Hari”. Es más, durante mucho tiempo se dijo de Gómez Carrillo, llevado por los celos que le provocaban las simpatías hacia Julio Sedano de Mata Hari, a quien pretendía, fue quién la entregó a las autoridades francesas y, posiblemente, también el que delatara a Sedano. Sin embargo, años después se comprobó que fueron los servicios de espionaje británicos los que alertaron a las autoridades francesas, una vez que la bailarina se hizo agente doble (trabajaba para los alemanes y también para los franceses). A partir de ese momento, Mata Hari fue sometida a estrecha vigilancia y el 13 de febrero de 1917 detenida en París.
Por su parte, Julio Sedano y Leguísamo fue también diplomático mexicano, ya que durante el porfiriato ocupó el cargo de secretario de la Embajada Mexicana en París.
Surgen infinidad de lagunas e interrogantes sobre el personaje y su dramático final.
Espurio pero con sangre azul, vinculado a medios diplomáticos y grupos literarios e intelectuales franceses, españoles y latinoamericanos, ¿de veras trabajó para los alemanes en labores de espionaje? En caso de que así hubiera sido, ¿por qué?, ¿por dinero?, ¿por influencias de Mata Hari?, ¿por una íntima sensación de pertenencia hacia Austria Hungría, de donde era Maximiliano de Habsburgo?, ¿por rencores de toda la vida hacia la Francia? De no haberlo sido, ¿qué llevó al contraespionaje francés a detener y procesar a Julio Sedano?, ¿una venganza personal que tomó forma de acusación sin base?; ¿el clima chovinista imperante, facilitador de paranoias?
Y de haber sido alguna de estas dos últimas posibilidades, ¿cuántos casos similares se dieron en esos terribles años de la Gran Guerra? Seguramente, nunca lo sabremos.
Enrique Condés Lara