En La novela inconclusa Marina se enamora de Manuel, pero Manuel nunca se enamora de Marina, lo cual no impide que se establezca entre ambos una relación profunda, incluso más compleja que si el amor hubiera sido recíproco pues Marina debe fingir que no le importa y Manuel, que no se da cuenta. Además, son amantes, los miércoles y los viernes, y tienen que procurar, sobre todo Marina, que el sexo —“nuestras alegres cogidas”, como las llama Manuel— parezca la secuela consumada de una amistad impecable. Manuel se divierte con el cuerpo de Marina: “frío y cordial y simple”. Le repite que es una amiga perfecta, una mujer-hombre: “tan inteligente que sabes cuándo y cómo apagar tu inteligencia.” Marina le acaricia la cara y se ríe. Me entero de esto por un largo inciso en una de las hojas sueltas de la carpeta. “¿Marina es una buena persona?; ¿Manuel es una mala persona? Dar ejemplos”. Otro inciso o, más bien, apunte menciona que la consigna de Magdalena, en su vejez solitaria, es burlarse de las feministas: “sus reclamos y quejas en cualquier circunstancia”. Trae a colación la anécdota sobre Elena Garro en París en 1992: una charla pública con José Emilio Pacheco y Hugo Gutiérrez Vega, en la que un grupo de mujeres protestó por la falta de autoras en el canon y Garro se opuso sarcásticamente a sus reproches. Según infiero, una muy joven Magdalena estuvo ahí, observando a sus colegas, astuta y en silencio. A veces la vida es demasiado real. Antier podaron la yedra y ahora veo a la familia que acaba de mudarse a la casa de enfrente. En la noche la mamá y la niña salen al jardín y lo iluminan con sus celulares, como luciérnagas. Creo que bajar las escaleras corriendo hacia la calle tras la joven del tianguis no es digno. Discutir con ella acerca del dinero y agitar los billetes en su cara no es cuerdo. Vieja ridícula, me regaño. Ha de ser el sol, los vidrios desperdigados que aún no recojo. Hace algunas semanas un joven poeta me preguntó si sigo leyendo el libro del Renacimiento. Voy en la página 730, en la sección de las puertas del Baptisterio de Ghiberti en Florencia. Era tal la entrega de Ghiberti a los griegos antiguos “que rechazaba la cronología cristiana y se basaba en el cálculo de las Olimpiadas”. Addington Symonds defiende la importancia de “los principios de sinceridad” en el arte ante los “caprichos” de la imaginación. Supongo que habrá un justo medio. Leí en algún manual que los adjetivos conducen a la mentira; no queda claro, sin embargo, qué conduce a la verdad. En el Retrato de una dama de Henry James hay un comentario que me viene como anillo al dedo cuando me lastima la dulzura ajena: “sus modos tenían siempre la cortesía propia del éxito consciente en presencia del fracaso consciente”. Que los papeles puedan invertirse da cierto consuelo, aunque retorcido, como una lámina corrugada que tapa el único ángulo de la luz. El doctor me sugiere un experimento: “invítese a tomar un café; platique consigo misma: ¿qué se diría?”
Capítulo 3
- En el banquillo
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Tedi López Mills
Ciudad de México /