El agua, el mejor solvente natural, el líquido que mantiene con vida este planeta y a los que en él habitamos, nos ha demostrado que cuando se sale de su curso provoca grandes desastres que nos afecta en todos los sentidos.
Siempre que las cosas no marchan bien, tendemos a quejarnos, a culpar a las autoridades de que como "hacen mal su trabajo" el pueblo sufre la las consecuencias.
Hoy vemos granizadas inusitadas, tsunamis inesperados, fenómenos que nos llevan a recapacitar sobre el calentamiento global.
Hay quien se atreve a decir que es algo cíclico, que a través del tiempo la humanidad ha vivido etapas catastróficas y quizás sea cierto pero, indudablemente, hoy los ciudadanos del mundo hemos contribuido al deterioro ambiental.
El jueves pasado, en plena primavera, más de 10 centímetros de granizo cubrieron parte del Distrito Federal y del Estado de México.
Las consecuencias: miles de automóviles parados por más de 8 horas, casas dañadas, inundaciones viales.
Tenemos que reconocer que hemos contaminado nuestros ríos, lagos y océanos, que logramos formar un boquete en la capa de ozono por los aerosoles que usamos, que el exceso de automóviles causa efecto invernadero y lluvia ácida.
Son muchos los males que le hemos causado a nuestro planeta y pocas las medidas para revertir los daños.
Lo cierto es que si no apuramos en conciencia para evitar más contaminación seguiremos sufriendo las consecuencias de una madre naturaleza que hemos ultrajado.