La semana antepasada analizamos cómo los valores de los mexicanos permanecen y cambian: la centralidad de la familia, la caída de la religión, el ascenso del individualismo y la diversidad. En esta entrega, con base en el mismo estudio La evolución cultural en México, de Alejandro Moreno (Fomento Cultural Banamex, 2025), exploramos cómo esas transformaciones se reflejan en el ámbito político, particularmente en la relación con la democracia.
Una primera aproximación consiste en preguntar qué tan democrático consideran los mexicanos que es el país hoy. En 2023, 53 por ciento de los entrevistados tuvieron una valoración positiva de la democracia, porcentaje ligeramente menor al 56 por ciento registrado en 2010. En el extremo opuesto, 21 por ciento considera que México es poco o nada democrático. No hay retroceso, pero sí estancamiento y polarización: quienes piensan que el país es “completamente democrático” aumentaron de 5 por ciento en 2010 a 17 por ciento en 2023, mientras que quienes lo ven “nada democrático” crecieron de 4 por ciento a 11 por ciento en el mismo periodo.
Desde otro ángulo, el porcentaje de personas que consideran “muy bueno” o “bueno” tener un sistema político democrático aumentó de 70 por ciento en 1997 a 81 por ciento en 2023. Sin embargo, el apoyo a otras formas de gobierno también creció (una misma persona puede declarar más de una preferencia). La idea de “tener expertos, no un gobierno, que tomen las decisiones que crean mejores para el país” pasó de 53 por ciento a 74 por ciento. La preferencia por “un líder fuerte que no tenga que preocuparse por el Congreso o las elecciones” subió de 39 por ciento a 63 por ciento, y la de un gobierno militar de 23 por ciento a 51 por ciento. Así, aunque la sociedad mexicana mantiene un amplio respaldo a la democracia, las opciones autoritarias son las que más han crecido (24 y 28 puntos porcentuales).
La valoración de la democracia varía significativamente entre generaciones. La generación posrevolucionaria (1923–1945) asocia la democracia con el orden y la autoridad legítima. Los boomers (1946–1964) siguen siendo su base más fiel: vivieron la transición política y aún la defienden. La generación X (1965–1980) conserva un apoyo moderado, aunque muestra desconfianza hacia los partidos. Los millennials (1981–1996) valoran la democracia como principio, pero dudan de su eficacia. Y la generación Z (1997–2005) mantiene una visión ambivalente: defiende la libertad y la diversidad, pero tolera el liderazgo fuerte si promete resultados.
El cambio más profundo está en la expansión de las actitudes mixtas. El apoyo exclusivo a la democracia ha disminuido y las posturas ambivalentes superan ya a la mitad de la población. Ese desplazamiento supone un riesgo y un desafío mayor: el futuro de la democracia en México dependerá de su capacidad para renovarse. No de quienes la edificaron o heredaron, sino de los que tendrán que reinventarla para evitar que prevalezcan las pulsiones autoritarias.