La crisis del covid-19 quizá no tiene que ver con el fracaso de la globalización en el mundo ni con el cambio de la política económica que está por venir.
La triste realidad de esta pandemia refuerza la búsqueda por resolver la enorme problemática de los sistema de salud, económico, social y político que han incrementado la pobreza, desigualdad, violencia, inmigración y discriminación en las últimas décadas, impactado así en el desarrollo de la democracia, generando rebeldía social e incorrecta interpretación del concepto democrático, sometiendo a un nivel de estrés intenso e inmanejable que lleva a la ciudadanía a desconfiar y rechazar cualquier modalidad de la llamada democracia, ofreciendo una trágica evidencia de la forma tan compleja en que funciona el derecho individual y su responsabilidad social, más allá de las diversas maneras de ilustrar el efecto traumático en la crisis de salud, también el enfrenta la inseguridad y el control de la vida.
Probablemente este fenómeno sea el inicio de una nueva forma de convivencia social y el cómo enfrentar cualquier crisis; si bien es cierto que la respuesta corresponde a la misma ciudadanía quien juega un papel crucial en diseñar modalidades de incorporación a la nueva vida en la cual emplee y fomente un nuevo concepto democrático donde la participación ciudadana sea más competitiva entre el pueblo y los gobernantes.
Lo importante es que la agenda postpandemia aborde el control sobre la vida, ordene acuerdos para incorporar y reconectar al resto de todos los países y gestionar con confianza la construcción del nuevo sistema político, económico y social para recuperar la estabilidad mundial.
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